Un sistema educativo robusto y eficiente es la clave para asegurar que nuestro país prospere y que las generaciones que tenemos por delante vivan mejor que las que nos precedieron. La educación será lo que nos sacará de la pobreza, nos salvará de la mediocridad y hará que escapemos del subdesarrollo. Un sistema educativo decente, por lo tanto, no es un lujo, sino que es la herencia legítima e inalienable que nosotros como nación les debemos a nuestras futuras generaciones y la mejor inversión que podemos realizar el día de hoy.

Sin embargo, parece ser que en nuestro país más que herencia legítima la educación se ha convertido en una limosna. No bastando con que los profesores hayan tenido que mendigar una jubilación digna en las calles, ahora son los padres que tienen que humillarse en el frío asfalto para limosnear a nuestro gobierno lo que por derecho les pertenece a ellos y a sus hijos.

En los últimos días, cientos de familias ecuatorianas en diversas localidades de la Sierra han tenido que pasar la noche a la intemperie, haciendo fila para asegurarles un cupo en planteles educativos a sus hijos o para cambiarlos de plantel ya que fueron asignados a instituciones demasiado lejanas de sus hogares. Decenas de personas arropadas en mantas que mal protegen del frío serrano, cubiertas en polvo, durmiendo sobre el duro concreto de las calzadas simplemente para ser atendidas por funcionarios que, se quejan los padres, a menudo ni siquiera los oyen o los despachan de mala manera. Este es el estado de nuestro sistema educativo. Este es el Ecuador. Un país donde familias deben pasar noches durmiendo como indigentes solo para asegurarles una educación más o menos decente a sus hijos.

El fracaso de nuestro sistema educativo público nos debe hacer reflexionar seriamente sobre la posibilidad de adoptar un sistema de “cheques escolares”. Mediante este sistema, el cual ha sido implementado con bastante éxito en países como Chile y Suecia, los fondos destinados a la educación pública no serían entregados a las escuelas, sino que serían entregados directamente a las familias de los estudiantes en la forma de un cupón o voucher escolar. La familia del estudiante tendría entonces la libertad de gastar ese cupón escolar en la institución que más le plazca, sea pública o privada, en vez de tener que mendigar ante a un funcionario para que sus hijos sean asignados a una institución en particular. Así, no solamente se aboliría el arcaico sistema de asignación por cupos, sino que se fomentaría la libre competencia entre instituciones educativas y se les abriría la puerta a las familias de menores recursos para colocar a sus hijos en instituciones privadas que de otro modo estarían fuera de su alcance.

Facilitarles el acceso a instituciones de enseñanza privada a todos los ecuatorianos no solo tendría un impacto positivo en la educación de generaciones futuras, sino que también ayudaría a aliviar el serio problema de estratificación social que vivimos, el cual, lamentablemente, empieza desde la infancia.

La educación es una herencia, no una limosna.

(O)