El título de este libro es provocador, polémico. Toda diatriba exige la utilización de la preposición “contra” porque se yergue sobre una actitud contestataria. Y está bien que la autora identifique de entrada su posición porque su texto no se anda con remilgos ni usa vías indirectas para lanzar una invectiva valiente, que se dirige al corazón de uno de los temas intocados de la posmodernidad: la condición materna. Se trata de Lina Meruane, escritora chilena, profesora de la Universidad de Nueva York e invitada a la Feria del Libro de Guayaquil 2019.

Admitiendo que la natalidad es una catarata de crecimiento poblacional con picos de altura en América Latina y África, precisamente los continentes de mayor problemática de desarrollo, y sin dejar afuera que la generación de vida rebasa el ámbito privado para convertirse en realidad bajo la lupa de las responsabilidades colectivas y de Estado, un texto innovador y vigoroso repasa varias situaciones que han ido moldeando una manera, muy actual, de abordar la crianza de los hijos.

Se apoya, naturalmente, en una línea muy investigada e interesante sobre las mujeres que fueron escritoras desde la presencia o ausencia de los hijos. A fin de cuentas, a simple vista, parecen tareas incompatibles, por la cantidad de tiempo y concentración que exige cada una. Y por el alto costo psicológico que va de por medio en ambas. Que las monjas epónimas –santa Teresa y sor Juana– no fueran madres es natural, pero nos enteramos de que eligieron el convento para evitar la sujeción a “labores de su sexo”. O que la imagen del “ángel del hogar”, creada por un hombre, ha planeado sobre las mujeres desde el siglo XIX sublimando la dedicación doméstica y a los hijos a tal punto de merecer, según Virginia Woolf, un auténtico asesinato para conseguir que “escriban toda clase de libros, por trivial o vasto que sea el tema”.

El tiempo ha deparado para las mujeres liberaciones y cargas, por igual. Desde finales del siglo pasado, la supermujer lo hizo todo: mantuvo un trabajo productivo simultáneamente a una familia, cuidó de su aspecto físico y desarrolló actividad social, todo con el apoyo del servicio doméstico, eventualmente con un compañero colaborador. En la salida al mundo laboral empujaban dos imperativos: la realización profesional y el alto costo de la vida, que supusieron a algunas una amalgama conflictiva que fue atendida con el concepto de “tiempo de calidad” para los hijos.

Todo eso entra en un revisionismo a costa de una variante del feminismo de la diferencia que, según Meruane, con un giro esencialista, ha celebrado la fisiología femenina: parto con dolor, prolongada lactancia, atención permanente al bebé y todas sus demandas; elección de la comida orgánica, rechazo a las vacunas, estimulación constante del nuevo ser como si fuera “un organismo en extinción” (y el humor socarrón de la autora innova la diatriba con toda clase de habilidades literarias), y a la incapacidad de poner límites al comportamiento de los niños.

¿Adónde hemos llegado por este último camino? A una crianza multiplicandamente exigente, donde impera el entretenimiento, los hijos no pueden hacer las tareas escolares solos, donde la inquietud llena hogares y aulas y afloran vástagos que ya merecen reconocimientos nuevos de la psicología: las del “hijo tirano” o el “síndrome del emperador”. Contra esa clase de hijos y sus responsables apunta este libro.(O)