Quizá lo más cómodo y convencional a la hora de evaluar la trayectoria de la democracia en los últimos 40 años sea hablar de unos asaltos populistas permanentes que le han distorsionado y dañado. Cómoda y convencional porque supone establecer una línea de separación clara entre populismo y democracia en el Ecuador como dos regímenes y prácticas políticas diferenciadas. Lo son solo en la teoría, pero no en la práctica cotidiana de la política ecuatoriana. A riesgo de añadir otro adjetivo más a la democracia, como si no existiesen ya suficientes y muchos de ellos redundantes y superfluos, me gustaría hablar de una democracia populista.
Se trata de un régimen en el cual conviven de modo complejo y tenso el ideal del constitucionalismo liberal y las invocaciones permanentes al pueblo como depositario último del poder soberano con fuerza constituyente. En la política ecuatoriana, el poder constituido, que expresa el ideal liberal del Estado de derecho, convive con el poder constituyente, que expresa, en cambio, el ideal de movilización populista del pueblo. Conviven, se imbrican, cohabitan, en lugar de diferenciarse. No es, como usualmente creemos, que el populismo asalta la democracia en ciertas coyunturas para dañarla. Hay una infiltración permanente del populismo sobre la democracia.
Ni siquiera los políticos que se autodefinen como antipopulistas escapan a esta doble lógica. Pongo un ejemplo: el actual gobierno, que se declara antipopulista, abrió un proceso de reinstitucionalización de la democracia legitimado en una consulta popular que dio poderes extraordinarios al presidente para cesar a los vocales del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social, designar uno transitorio para evaluar y reemplazar, si fuera el caso, a todos los funcionarios designados por el Consejo anterior. La reinstitucionalización de la democracia se levanta sobre una excepcionalidad procedimental legitimada en la voluntad popular como expresión del poder soberano.
Otro ejemplo muy cercano fue la consulta de Rafael Correa en 2011 para meterle la mano a la justicia. También él pidió al pueblo que le concediera facultades extraordinarias para constituir un Consejo de la Judicatura Transitorio para rehacer la Función Judicial. La consulta popular ha sido uno de los mecanismos más usados para invocar permanentemente la presencia del pueblo con el fin de generar campos de excepcionalidad –arbitrariedad– política. Hoy Correa se lamenta todos los días de que en el Ecuador desapareció el Estado de derecho, pero él fue campeón en violentarlo.
¿De qué se queja ahora? La vaca se olvida de cuando fue ternero.
Quizá el caso paradigmático sea la consulta de 1997 convocada por Fabián Alarcón para que el pueblo legitimara la destitución inconstitucional de Bucaram y su propia designación como presidente interino. Fue un caso extremo porque la consulta al pueblo sustituyó los procedimientos institucionales existentes para elegir presidente y reemplazarlo, la regla más básica de la democracia.
La consecuencia de esta convivencia, de esta hibridación permanente entre dos lógicas políticas que solo en la teoría se delimitan y diferencian claramente, pero que en la práctica de las democracias populistas se funden todo el tiempo, es un estado de zozobra, incertidumbre e inestabilidad política constante, en nombre del pueblo soberano.(O)