Dos americanos: el maestro, Simón Rodríguez, y su discípulo, el joven Simón Bolívar, caminaban a Roma, la ciudad eterna. Iban en busca de eternidad.

El maestro le describía a su alumno la situación de América. La Patria había sido invadida por unos seres extraños: algunos americanos creían que los invasores y los caballos eran una sola persona pero unos eran asesinos. Otros, eran expresidiarios y/o autores de la muerte del gran señor de las tierras americanas, el inca Atahualpa. Lo habían matado a palos después de exigirle un cuarto lleno de oro como rescate. Con oro y todo mataron al inca por su religión, católica.

Mientras destruían la cultura indígena por ser pagana pasaron 300 años: Bajo el yugo, los “colonizadores” violaban a las mujeres indígenas y robaban el oro americano para enviarlo a Europa. Para la explotación del oro y la plata crearon la mita, un sistema donde los indígenas morían por cientos de miles en oscuras cuevas bajo tierra. Para el despojo voraz del suelo, crearon el latifundio mientras sometían a los antiguos propietarios, los indígenas, que convertidos casi en esclavos vivían en minúsculas parcelas llamadas “huasipungos” dentro de las gigantescas haciendas del explotador. Otro “creativo” sistema laboral de tortura fue el “obraje”, para la fabricación de textiles.

Los invasores procedían de la península Ibérica y sus reyes habían dotado de leyes a los pueblos conquistados pero el lema en América era: “Se respeta la ley del rey pero no se la cumple”, y desde entonces se acrecienta la corrupción en el Nuevo Continente, el de la esperanza ante la cansada Europa... Pero en honor a la verdad, también llegaron religiosos y hombres de bien y ciencia cuya obra contrarrestó la explotación colonial pero solo hasta cierto punto, el que podían. De ahí. nacieron héroes como Simón Bolívar, el joven peregrino que se encendía de dolor y rabia ante el relato de su maestro.

De pronto, y al llegar a Roma, el joven Bolívar se disparó a la cúspide de una de las siete colinas de la ciudad eterna, el Monte Sacro, y ahí frente a la Roma de Pedro y de los césares, cayó de rodillas ante su maestro, Don Simón Rodríguez y enarbolando el puño, con el alma enlutada, pronunció su famoso juramento, el Juramento del Monte Sacro: “Juro delante de usted, por Dios, por mi honor, por el honor de mis padres, por mi patria, que no daré descanso a mi espada ni reposo a mi alma hasta romper las cadenas que nos oprimen por voluntad del poder español. En ese instante, dice la historia, “muere el señorito y nace el Libertador.

Ya en América, Bolívar lidera la liberad del continente sufriendo toda clase de penurias: soledad, traición, pobreza –Bolívar nació rico–. Recibió cinco herencias que las entregó por la liberación del Nuevo Mundo y murió pobre al punto de carecer de una camisa para ser sepultado.

Asesinaron en Berruecos a su amigo entrañable, hermano del alma y compatriota, Antonio José de Sucre, el de la esperanza, que lo reemplazaría después de su muerte. Pero el héroe no ceja en su lucha hasta liberar a cinco naciones (Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Panamá que en su tiempo era también Colombia). Y quiere llegar a Cuba y Santo Domingo para liberarlas también y sueña en llegar a Las Filipinas.

Organiza a las naciones liberadas. Se preocupa por la educación de los huérfanos, la liberación de la mujer. Funda escuelas, parvularios y universidades trayendo profesores extranjeros. Hace justicia con la distribución de la tierra indígena. El héroe es también estadista, legislador, constitucionalista, poeta, ecologista.

Simón Bolívar es especialmente internacionalista. Convocó el Congreso de Panamá de 1826, antecedente primero de todas las uniones internacionales del orbe, empezando por la Organización de los Estados Americanos, siendo sobre todo reconocido como Precursor de las Naciones Unidas porque este guerrero por necesidad profetizó: “Con el correr de los siglos, habrá una sola nación cubriendo el universo: la federal”.

Según el poeta español y filósofo Miguel de Unamuno, el americano Bolívar es uno de los grandes de la España eterna, y este señorito, rico un día y pobre al morir en el destierro, exhaló su último aliento por América en casa de un español en Colombia (Santa Marta).

Pero el resultado de este mes de julio pasado es la antipatria que celebra al opresor de 300 años y casi desconoce a sus libertadores, empezando por Simón Bolívar nacido el 24 de julio de 1783. Por ello, si queremos Patria, debemos siempre festejar la libertad, siendo julio el mes del Libertador Bolívar y octubre, el de la libertad de Guayaquil. Sólo con la verdad construimos la patria. (O)