La democracia se define como “predominio del pueblo en el gobierno político del Estado” y como “intervención del pueblo en el gobierno”. Cuando hablamos de democracia, hablamos de pueblo, de gobierno, de poder, de organización y formas de ejercer y administrar ese poder. El poder lo concede el pueblo, en nuestro caso, lo hacemos mediante el ejercicio del sufragio, sin embargo, no podemos afirmar, sin dudarlo, que tenemos una democracia representativa, pues la experiencia nos enseña que los elegidos fácilmente olvidan al pueblo que representan, sus derechos y necesidades.

Cuatro décadas del retorno a la democracia

En una democracia hay que gobernar dentro de normas, aceptadas por el pueblo, en una convivencia armónica entre sus miembros a los que se les reconoce igual dignidad y derechos en una sociedad justa y, por lo tanto, sin cabida para la pobreza, la marginación, la discriminación, la sumisión, la arbitrariedad, en la que se entiende que todos los ciudadanos tienen derecho a la participación en los asuntos públicos.

Durante los cuarenta años que llamamos de “democracia”, hubo seis cambios de gobierno en diez años, en medio de turbulencias sociales y otros diez años de predominio exclusivo de un movimiento político y un ejecutivo autoritario sin los contrapesos que las otras funciones deben poner. Estos cuarenta años nos dejaron la libertad de elegir a nuestros gobernantes, algunos nos dieron estabilidad y actuaron dentro de la ley, pero de otros quedó el testimonio de manipulación de la Constitución y de las leyes, que son la referencia común que garantiza los derechos de los ciudadanos. También queda una deuda total de 58 mil millones de dólares, incluyendo la externa, la interna y otros pasivos y, según los datos del INEC del mes de junio, sólo el 37,9% de la población económicamente activa con empleo adecuado, el 25,5% de la población viviendo en pobreza y el 9,5% en pobreza extrema, y la evidencia de corrupción en el manejo de lo público.

También nos deja preguntas: si los ciudadanos elegimos presidentes y legisladores, si la Constitución dice que la soberanía radica en el pueblo, si en los últimos años, el país tuvo más dinero que nunca en su historia. ¿Qué nos pasó, qué nos pasa? Quizás debemos buscar la respuesta en otra pregunta: ¿estamos los ciudadanos educados para vivir en democracia, entendiéndola como pensamiento libre y acción que atraviesa toda la vida social y política de la nación?

No hay espacio en este artículo para un análisis, pero sí para más preguntas: ¿Quién nos enseña que el país es un nosotros? ¿Quién nos prepara para ser ciudadanos críticos que nos sentimos responsables del Ecuador? ¿Quién nos enseña a dialogar y debatir ideas y a exigir a los políticos que lo hagan y, más aún, que cumplan lo que prometen? Si el mejor método de educación ética es el testimonio de los otros, sobre todo de los líderes, ¿quién nos da ese testimonio? Claro que hay quienes lo hacen, son excepciones, pero las instituciones y la sociedad misma tienen una gran influencia en el proceso de educación integral de sus miembros. Y allí quedan las preguntas: ¿Lo hacen las instituciones educativas? ¿Los partidos políticos? ¿Las familias? Cuando la respuesta sea positiva quizás podamos avanzar en democracia, que es algo siempre en construcción y más complicado y más sencillo que el sufragio. Es un proyecto de vida común, una manera de concebir la sociedad y nuestro lugar en ella.

(O)