¿A usted le parece fácil o difícil nutrirse de optimismo?, ¿hoy?, ¿ahora mismo?

¿No le parece que hay una marcada diferencia entre las personas optimistas y las pesimistas? ¿Ha tenido que interactuar con estas y aquellas? ¡Qué diferentes son!, ¿no le parece?

¿Se anima a autoencasillarse en uno de esos dos grupos o piensa que su estado de ánimo es variable y depende de algunos factores, personales o exógenos?

En ocasiones nos parece que no es fácil ser jueces imparciales de nosotros mismos.

¿Por qué será?

¿Ha podido determinar los hechos o circunstancias que lo enfilan o derivan a usted a situaciones de alegría o de tristeza? ¿De optimismo o de pesimismo?

¿Puede identificar los puntos fuertes y los débiles de su personalidad, en relación con su entorno familiar, social o laboral?

¿Qué lo entristece? ¿Qué lo alegra? Además: ¿qué hace con la tristeza cuando lo invade o con la alegría cuando lo desborda?

Espero que haya encontrado una fórmula de equilibrio que lo ayude a usted y a las personas de su entorno, recordando que no somos seres aislados, aunque muchas veces parezca que sí.

Del trato con las personas con las cuales generalmente interactúa, en casa, en el trabajo, en los otros ambientes sociales, ¿puede fácilmente deducir quiénes son optimistas y quiénes pesimistas?

¿Con quiénes prefiere tratar? ¿Se aísla de los pesimistas y se junta con los optimistas, hace lo contrario o le son indiferentes esas condiciones?

Y he usado la palabra condiciones porque considero que el ser optimistas o pesimistas de cierta manera nos marca, no solamente individual sino también socialmente.

Considero que nuestra conducta, observada y reflejada en las miradas y expresiones faciales o en palabras de las personas con quienes interactuamos, nos identifica, nos da una identidad ante ellas, quienes se forman un criterio y, por lo tanto, consciente o inconscientemente, realizan un juicio de valor de nosotros y nos encasillan, según su sano saber y entender.

Al ser considerados e identificados por un grupo de personas que, por el tipo de relaciones cercanas con nosotros se supone que tienen mejores oportunidades para conocernos bien, es fácil deducir que sus comentarios sobre nuestro modo de ser y proceder, manifestados socialmente, se tengan como acertados, casi sin objeciones.

Llegado a este punto, sugiero hacer un alto y profundizar respecto de sus expresiones sobre otras personas.

Cuando emite juicios sobre ellas, desde su personal observatorio y particular manera de reconocer, interpretar y transmitir sus pensamientos y sentimientos, ¿siembra esperanzas o desesperanzas en sus contertulios?

¿Propone panoramas interesantes, interpretaciones positivas, afán de progreso y formas de superación?

¿Considera que hay que cargar las tintas sobre los aspectos negativos, juzgando severamente a los demás, o debemos ser veraces, equilibrando nuestros juicios para que el aporte que hacemos al comentario social ayude a esclarecer la verdad, vislumbrar y vigorizar la esperanza social, ausente en ciertos ambientes?

¿Debemos nutrirnos de optimismo y fomentarlo?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)