Nací y crecí en un país que ama los árboles. Cuando un árbol estorba el trazado de una calle, muchas veces esta lo deja como isla y da vuelta a su alrededor. Tiene 4 climas y el invierno es helado, así que cuando viene la primavera, la celebramos con disfraces y colores. Yo amaba acostarme en el pasillo de mi casa para percibir el olor de los árboles del vecino. La cuadra en que vivíamos se impregnaba del perfume de azahares del árbol de naranjas y aún ahora identifico esa fragancia en cualquier país, con la cuadra de tierra de mi niñez. La casa de lata que era nuestro hogar estaba adornada con todo tipo de arbustos y plantas, una magnolia japonesa cuya rama había sido sembrada por mi padre, se llenaba de flores rosadas antes de echar sus hojas y era motivo de excursiones de los vecinos para observarla, como quien aquí observa los guayacanes en flor. Mi juego preferido era acostarme en la tierra en medio de las flores y contemplar las nubes en el cielo o las estrellas en la noche. No era fácil encontrarme. Llevaba a la escuela, como regalo, ramilletes de violetas que crecían apiñadas y quería que mis compañeras se los pusieran como prendedor en su uniforme.
Amo pasar por el barrio Orellana, donde los árboles forman un techo en algunas calles y son un oasis en la ciudad.
Por eso cuando cientos de moradores del barrio Nigeria se graduaban de los talleres de formación que dábamos, quisimos premiarlos regalándoles árboles, pues el barrio era un horno sin un solo árbol en sus veredas. Los vecinos no quisieron sembrarlos, dijeron que era un peligro pues por allí se subirían los ladrones y entrarían a sus hogares.
En la casa que ahora vivo había dos ficus en las veredas que sobrevivieron su infancia en una maceta, y luego, sembrados en la acera crecieron radiantes y eran el lugar preferido para una pequeña siesta de los barrenderos y obreros del sector. También se transformó en cama nocturna, pues los consumidores de drogas del manglar a veces colocaban cartones como colchones y con las hormigas de sus troncos, dormían.
Por un motivo desconocido ambos ficus se secaron, las interpretaciones populares van desde brujería hasta plagas… Ahora crecen con enormes ganas unos futuros árboles conocidos como árbol cebra, nosotros le llamamos los Barcelona por el color amarillo y verde de sus hojas. Vamos a hacer un concurso para darles nombres apropiados a cada uno…
Pero los vecinos quieren que los corte aunque los ame mucho… Hace unos días entraron ladrones a la casa que quedó como si hubiera soportado un terremoto y un tsunami, juntos y al mismo tiempo. Tiene que subir las paredes, poner cerramiento eléctrico y cámaras… me aconsejan.
Me niego terminante a vivir en una prisión autofabricada y a contribuir a que todo en la ciudad parezca una cárcel donde los ladrones andan sueltos y los demás vemos la vida a través de barrotes… Donde ponemos botellas rotas en las paredes y rejas en parques, negocios, alarmas y cámaras por todos lados y aun así nos roban con autos de placas cambiadas, y un descaro infinito. Es una adivinanza saber quién ganará la apuesta, pero la ciudad no puede convertirse en una prisión desolada en la que se pasean libres los delincuentes.(O)









