Lo económico, lo social y lo político son los factores centrales que se abordan cuando se trata de entender el momento por el que atraviesa un país. En el Ecuador de hoy, como en otros países latinoamericanos, hay que incluir a la corrupción que, por la dimensión que ha alcanzado, aparece con dinámica propia. Considerados en conjunto, esos cuatro elementos configuran un panorama que deja muy poco espacio para el optimismo. La economía no presenta signos de reactivación, la política deambula errática, la sociedad se mueve entre la decepción y la apatía, las prácticas corruptas salpican a políticos y empresarios hasta adquirir carta de naturalización. La interacción de todos estos factores configura una madeja. La tarea nacional, en este momento de transición, es desenredarla. La pregunta es por dónde empezar.

Es posible que el inicio se encuentre en la economía. Aunque generalmente este constituye el aspecto más difícil por los condicionantes históricos y las rigideces del modelo rentista, hay dos hechos que apuntan hacia esa posibilidad. El uno es el acuerdo con el FMI, que parece destinado a convertirse en la política económica del gobierno. Más allá de gustos y valores, e incluso de sus resultados específicos, es muy probable que su mayor logro sea establecer un periodo de estabilidad en las reglas del juego económico. El segundo, derivado en gran medida de este, es la recuperación de un mínimo grado de confianza por parte de los actores económicos. Sin embargo, los costos sociales de esa política (como habría sido la de cualquier otra) pueden socavar sus bases, especialmente si no se coloca entre sus objetivos a problemas vitales como el empleo. Un mal manejo de lo social puede anular los avances en lo económico.

Otro hilo por el que se puede comenzar a desenredar la madeja es el de la corrupción. Los cambios realizados por el CPCCS transitorio en los organismos de control y en las principales instancias judiciales fueron un paso importante en esa dirección. Pero hasta ahora son solamente eso, un paso. Lo que se requiere es una marcha sostenida que, a un mismo tiempo, vaya abordando y resolviendo los casos acumulados en la década de libre acción de la mafia y depurando internamente a sus propias instituciones. Es previsible el impacto positivo que tendría una acción de este tipo sobre lo económico y lo social en términos de devolución de la confianza y la seguridad.

De los actores políticos se puede esperar poco. Quizás cabría conformarse con que se sitúen a un lado y no interrumpan las acciones que se deben desarrollar en los otros planos. Pero la política es cuestión de políticos, no de tecnócratas, y es obligatorio contar con ellos. Dispersos, sin partidos, sin referentes disciplinarios, dispuestos a apropiarse de temas que enardecen a la galería, como la oposición al matrimonio igualitario, los asambleístas son los mejores exponentes de ese campo. Aquí es en donde más se enmaraña la madeja y la tarea de desenredarla va a depender de lo que se avance en los campos. (O)