No voy a misa los domingos, no me confieso, ni comulgo. No me doy golpes de pecho cada vez que cometo un error o un acto impuro, pero trato de llevar una vida correcta, trato de ayudar a los demás cuando puedo y al final del día, antes de acostarme, oro. Agradezco a Dios y a la Virgen por un día más y pido que nos bendiga a todos. Estoy segura de que Dios nos ama a todos incondicionalmente. No sé si termine ardiendo en las llamas del infierno o me den un recibimiento con globos y serpentinas cuando arribe a las puertas nacaradas del cielo. Lo que sí sé es que todas las noches me voy a dormir con mi conciencia tranquila.

No voy a misa y luego ando juzgando a otros hipócritamente, no me confieso y luego salgo a señalar a quienes no piensan y sienten como yo. No me arrepiento de mis pecados y luego propago falsa información sobre la vida de otros porque no apruebo a quienes aman. No podría hacer eso y luego entrar, hacerme la santa y encima recibir el cuerpo de Dios. Ojo, no generalizo diciendo que todos hacen esto, pero sí creo que muchos lo hacen.

Desde hace varios días vengo leyendo cosas terribles que la gente escribe sobre quienes tienen una orientación sexual diferente a la de ellos. Específicamente, quienes no son heterosexuales y desean formar una familia: “Son depravados, buscan el mal para los niños, quieren destruir la santidad del matrimonio, son enfermos mentales” y muchas aberraciones más. Todo esto a raíz de que cinco jueces de la Corte Constitucional votaron a favor del matrimonio igualitario en Ecuador.

Traté de debatir con algunos de ellos en las redes sociales, enviándoles estudios acerca de la orientación sexual, porque muchos hablan sin conocimiento. Se basan solo en opiniones, en prejuicios o creencias religiosas. Luego de mandar información, como por ejemplo de la Asociación Americana de Psicología, diferentes estudios y argumentos con evidencias, me contestaron: “Esto no cambia nada”. Sentía que iba a llorar de frustración. Reconocían así que no les importaba educarse respecto al tema, sino dar más peso a sus prejuicios para discriminar a otros. ¿Es eso “amar al prójimo como a ti mismo”?

¿Creen algunos que pueden decidir sobre la vida de los demás? En plena democracia, la mayoría no puede decidir sobre la minoría porque entonces pudiera terminar siendo una tiranía. Y esos que andan promoviendo marchas para que no se metan “con ni sé quien”, me pregunto: ¿cuándo ayudan a organizar una para depurar la Iglesia de todos los violadores de niños y exigir también que se deje de proteger a esos pedófilos para entregarlos a la justicia y sean juzgados como cualquier criminal común?

Esta noche, al final de mi diálogo con Dios y la Virgen, pediré por aquellos que se desgastan tanto en luchar contra el derecho de que otros sean felices. Debe ser agotador. Que la energía les llegue renovada y transformada en tolerancia y amor.

“Si juzgas a la gente, no tienes tiempo de amarla”, Madre Teresa de Calcuta.

(O)