El mensaje más visible del juicio político a la excanciller Espinosa fue la evidencia de las limitaciones e incluso la fragilidad del acuerdo político establecido hace pocos días. Lo que parecía un primer paso en la superación de los pactos vergonzantes, hechos bajo la mesa y asentados en el chantaje, en este episodio se mostró como un regreso a ese pasado. La diferencia es que en aquellos tiempos quienes pateaban el tablero eran los partidos ajenos al gobierno, mientras en este fueron los de del grupo supuestamente gobiernista quienes se encargaron de eso. No midieron, en términos tácticos, la desconfianza que generan en sus socios y los efectos que se desprenderán de ella. Mucho menos se preocuparon, en términos estratégicos, de las consecuencias que tendrá un mensaje que es abiertamente contrario a las declaraciones gubernamentales de institucionalización. Como dice la sabiduría popular, con amigos así, para qué buscar enemigos.
Las primeras explicaciones, repetidas como un cliché que hace recordar la época ovejuna, señalaban que en los objetivos del acuerdo no se incluyó la fiscalización. Mañana podrán decir que tampoco se consideró la legislación sobre temas económicos o cualquier otra cosa por el estilo. Si no se contempló un tema fundamental como ese, entonces se puede deducir que todo se circunscribió a la elección de las autoridades legislativas. Pero, incluso en eso se ve que están pegados con saliva porque aún hay tres comisiones en el limbo. La explicación es muy pobre y hay muchas pistas que indican que está forjada para ocultar las causas de fondo.
Una de estas causas es la dificultad de Alianza PAIS para resolver la crisis de la ruptura interna. Aún no está marcado el límite entre el correísmo y el morenismo (o como se quiera denominar a la corriente que supuestamente tomó distancia del caudillo). Si antes del acuerdo ya llamaba la atención que votaran conjuntamente con los correístas en temas trascendentales, mucho más absurdo resulta ahora cuando el Gobierno ha encontrado que solamente con el apoyo de los otros bloques podrá sacar adelante su proyecto. Las dudas –o quién sabe si las viejas lealtades– de sus propios legisladores son el factor que impide que se marque ese límite. Para graficar estos casos se suele acudir a una cita de Antonio Gramsci, que dice que crisis es una situación en la que lo antiguo no acaba de morir y lo nuevo no termina de nacer.
Otra causa, más oculta e inconfesable, es la larga sombra de una manga oscura que, con información privilegiada, presiona a legisladores y miembros del Gobierno. Habiendo pertenecido la mayoría de ellos a las filas de las manos limpias y sabiendo que el espionaje comenzaba casa adentro, no es raro que el voto esté determinado por el temor. Para abundar en esa pista, hay que recordar que esa misma manga oscura estuvo activamente detrás del asilo de Assange y, casualidad de casualidades, en la negociación previa al juicio político se pidió minimizar este tema con el pretexto de que podría afectar al presidente. (O)