Recién en la mitad de su período, el Gobierno está haciendo los primeros intentos para tomar la iniciativa política. La elección de las autoridades legislativas, el apoyo de CREO y la transformación de las reuniones del acuerdo nacional en espacios de definición de políticas apuntan en ese sentido. Son pasos que podrían sacarle de la posición defensiva y dubitativa que ha mantenido hasta ahora. Es cierto que en estos dos años se han producido cambios sustanciales con respecto al gobierno anterior, pero la mayor parte de estos han sido más bien el resultado de la política de dejar hacer que de la voluntad de hacer. Ha dejado –como corresponde a cualquier gobierno democrático– que fluya la opinión, que se expresen las ideas, lo que constituye un gran avance. Lo mismo puede decirse de la ausencia de persecución a los opositores y a la protesta social. Pero, precisamente porque son parte de la normalidad democrática, pierden de inmediato la vinculación con quien las hizo posibles. Cuando se normalizan y se vuelven cotidianas, las prácticas democráticas dejan de tener dueño.

Esa realidad, en sí misma positiva, se convierte sin embargo en desafío para un gobierno que debe actuar en un contexto económico adverso y que está obligado a tratar con actores poco dispuestos a la colaboración. De ahí la importancia del acuerdo con CREO, ya que no solamente transparenta su contenido y sus objetivos, sino que demuestra la posibilidad concreta de establecer una política colaborativa sin que eso equivalga a claudicaciones. Es un pacto sin perdedores, porque el Gobierno obtuvo el apoyo que necesitaba en la Asamblea y ese movimiento político pudo demostrar que es posible desmarcarse de las prácticas del bloqueo y el chantaje. El primero consiguió algo de tranquilidad para el resto de su gestión al eliminar la amenaza permanente en que se habría convertido la Asamblea presidida por alguien de otro partido o de la variopinta multitud de asambleístas independientes. El segundo demostró que se puede escapar de la práctica socialcristiana del apoyo por abajo y la oposición por arriba.

Para ser efectiva y asegurar su continuación, esta nueva actitud del Gobierno debería reflejarse en la renovación parcial del gabinete (que se debe haber cumplido el fin de semana que acaba de pasar). Si bien el problema económico es el que seguirá demandando los mayores esfuerzos, de nada servirá contar con los mejores técnicos en ese campo si no se los acompaña con estrategas y operadores políticos que entiendan la situación. Allí, en la política, ha radicado la mayor debilidad de un gobierno que aún no sabe con cuántos votos cuenta en el legislativo y que muestra más fisuras internas que las que son aceptables –e incluso necesarias– en un marco de pluralismo y tolerancia. Para que esta segunda parte sea radicalmente diferente a la primera y, sobre todo, para que el Gobierno cumpla su tarea única, que es dejar un país viable a su sucesor, el trabajo político debe poner tanta atención en su interior como en el entorno general.(O)