Decir que la estética de la izquierda cambió con Paola Pabón, quien lució oronda un vestido Carolina Herrera de cientos de dólares en el acto de posesión como prefecta de Pichincha, supone seguir creyendo que ella, como el correísmo, es de izquierda. Al presentarse vestida de duquesa –según la excelente descripción de la columna Saliendo del clóset aparecida en el nuevo periódico digital Primicias– Pabón desnudó una vez más las intimidades de la élite correísta. La más fiel defensora del líder, la más dura, la más militante, la más ideológica, la inclaudicable, vestida de duquesa. Pabón siempre ha querido dárselas de incorruptible e impoluta. Se fue del gobierno de Moreno lanzando portazos, gritando traición. ¡Cómo alguien tan comprometida con la izquierda podía seguir colaborando con un gobierno que giraba hacia la derecha! Chilló, zapateó. Cuando abandonó el gobierno junto con Ricardo Patiño y Virgilio Hernández, se autoproclamaron gente “honesta, honrada, intachable”. Pero el vestido la revela en sus anhelos secretos, íntimos, corporales. Ella, que declaró representar al pueblo con las manos limpias, se descubre entera.

Pabón destapa el rostro de los dirigentes de la Revolución Ciudadana, de la élite estatal que se encaramó en los puestos de poder arropada en el discurso de izquierda. Su postura más bien encarna lo que en el argot de la izquierda marxista de los años setenta se definía como pequeña burguesa: las aspiraciones de ascenso social en el capitalismo, la imitación de los valores, gustos y modas burguesas, para distanciarse de la clase obrera. Su militancia de izquierda no es sino un ropaje para disfrazar su inclinación por los valores de la clase dominante.

La suya no fue la única imagen de la élite correísta que nos dejó la semana pasada. La otra fue el escupitajo al exzar del gobierno de Rafael Correa, Vinicio Alvarado, en una cafetería. Humillado, denigrado, maltratado, insultado por una persona que antes ya había agredido a un hermano suyo. Vinicio, paralizado, aterrorizado, insultado como pillo. Alvarado es también el rostro de la élite correísta. Su familia –la del combo académico: haga una tesis y lleve cuatro títulos doctorales– es hoy cuestionada por una acumulación inmensa de patrimonio fruto de su paso por el gobierno.

Pabón y Alvarado representan a la corte correísta, a los comensales de palacio, a los incondicionales. Retratan bien a la élite estatal de una década derrochadora, cargada de ambiciones sociales y mercantiles, soberbia, falsa, pretenciosa. Pabón, la dura, la militante, la inclaudicable, la leal. Hay que agradecerle el gesto de honradez: ha tenido al menos la valentía de mostrarse entera ahora que tiene un poder propio, el de la Prefectura, para vestirse como duquesa. Y Alvarado, el todopoderoso y siempre discreto Alvarado, expuesto al maltrato y humillado en un lugar público. Las dos imágenes nos reviven de manera trágica, ex post, lo que fue la revolución ciudadana desde la élite en el poder. En esa estética del lujo y de la humillación, esa caricatura de izquierda, ese remedo de izquierda, queda moralmente arruinada, sepultada.(O)