Para “mala” suerte, calzamos igual. Se enfunda mis zapatos deportivos amansados que calman sus pies. “Es un ladrón de zapatos, abuela”, –reclamo al descubrir que volvía al campo llevándose otro “botín”–. “Pero te deja los suyos, mijito” –responde defendiendo a su hijo–. Somos parecidos en lo ideológico; el amor por la naturaleza; el pescado asado a la chillangua; las lecturas; y ese carácter a veces explosivo. Distintos en temeridad. Desenvaina el machete. Carga la carabina. Desafía montes, tundas, serpientes. “Un hombre no huye ni de la muerte”, –repite al citadino muchacho, esperando tome el arma, busque una “X” y demuestre su valor.

También se lleva mis libros. Le gusta Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway, sobre la Guerra Civil Española. “¡Qué verraco ese tipo!” –exclama, refiriéndose a Robert Jordan, gravemente herido, dedo al gatillo, esperando inmolarse, a ser capturado, sufrir tortura, deshonra. Aunque preferiría caer en combate para no obligarse al suicidio “cobarde”, como interpreta el de su padre. Quizá Hemingway camuflaba entre los personajes sus traumas y la depresión induciéndolo a emular el arrebato paterno. Estos protagonistas rechazan la expiración calma de Tánatos (Ángel de decesos no violentos). Prefirieren escenarios sangrientos, crueles, de las Keres, (espíritus de la muerte violenta), aferradas también a Dolores Veintimilla, Violeta Parra, Alfonsina Storni, entre otros.

Lo de Alan García, más allá de llantos, desmayos apristas, ruptura de fiscales y jueces con la clase política peruana enfangada, como la nuestra; objeciones al protocolo de detención; su certeza de la vida después de la muerte, nos hace pensar en ese drama humano de sufrimientos, miedos, tristezas, que incuba la depresión. Además, sobre la enmarañada corrupción de muchos funcionarios; esa encrucijada de orgullo, egolatría política, “deshonra”, amparando la impunidad y el cinismo, reacios a acatar la ley “enemiga”. Fallido el asilo. Presionado. Con la salud mental deteriorada. Sin intención de dejarse capturar, redacta una carta, lega su cadáver como muestra de desprecio a sus adversarios; se despide “airoso”, “inocente”, al estilo de los personajes hemingwayanos.

Mi padre es bueno, honesto, intachable. Su única “cuenta con la ley” es por mis zapatos. Hondas penas lo atormentan. A veces mitiga su depresión en aguardiente. “Todo se deja en manos de nuestro Señor Jesucristo” –dice. Mira mi bigote; igual al suyo. No hablamos de los “robos”. Observa en mis pies los mismos zapatos. Ya no los escondo; quedan bajo la cama por si los necesita. Sabe que enfrento enormes serpientes, pero despierto alterado antes de dispararles. Discutimos si lo de García fue verraquera. Le aclaro que igualmente este desenlace trágico del escándalo ‘Odebrecht’, logró burlar la ley. Muchos huyen, inventan argucias. En este caso el imputado se sintió acorralado entre la justicia, su “honor” y la pistola.

Tánatos pide paciencia, abordar el viaje inexorable en calma, arribar a sus brazos como despertados de un sueño, sin los sobresaltos sangrientos de esas serpientes keresianas. Alan García no lo escuchó; mi querido “ladrón” de zapatos, tampoco. (O)