Magoo (Magú) llegó a nuestra casa hace unos trece años, tenía un año y medio entonces. Tan pronto lo vi peludo, con su brillante pelo color caramelo y gris, propio de los Silky Terrier, con ojos profundos y orejas paradas, vivaz, inteligente y jadeante, dije: ¡No, otro perro en esta casa, sobre mi cadáver! ¡Le buscaremos un hogar de inmediato! ¡He dicho que no y es NO! Después de cada frase mía, él emitía un sonidito en tono de pregunta, algo así como ¿mmm? A su tercer ¿mmm? bajé las armas: “Te quedas, hijo de perra”.
El tiempo, el implacable... también les llega a los perros. Su pelo ahora es ralo, su mirada opaca, su columna torcida, sus oídos sordos, su apetito nulo. Camina con dificultad, casi no ladra, duerme mucho. Me ha dolido tomar la decisión de ya no sacarlo al parque, pero el viejo ya no está para esos trotes. Lo veo irse despacio, no hay vuelta atrás, solo espero que la muerte le llegue sin dolor.
Mi perro senil parece no entender ciertas cosas, como que la vida se le volvió ajena, como si todo lo que sucede a su alrededor le pareciera extraño, parece que el mundo ya no le pertenece. Yo lo observo, y aunque no estoy tan vieja como él, tampoco dejo de sorprenderme ante las actitudes y acciones de la gente. ¿Son brutos o se hacen?
Mi librería está en el centro norte de Quito, en una pequeña calle al sur el estadio Olímpico Atahualpa, un lugar tranquilo que hace unos años fue invadido por unas oficinas estatales y se volvió imposible. Los autos de los burócratas copan toda la vereda norte. Mi negocio tiene tres espacios para estacionar, y en la vereda de al lado un enorme rótulo de No parquear puesto por la Comisión de Tránsito. La semana anterior, un chico puso su auto frente a dos de mis parqueaderos. Salí y amablemente le pregunté si iba a entrar, fue ahí que esta absurda conversación tuvo lugar:
-No voy a entrar, ¿por?
-Porque estás en mi estacionamiento.
-¡Estoy en la calle!
-Pero tapando el acceso.
-¡Pero no hay nadie!
-Es que si alguien llega no puede entrar, tú los estás tapando.
-Pero es solo un ratito, voy acá al frente.
-Entonces estaciónate al frente.
-¡Vieja bruta, ¿no ve que es garaje?!
La vieja bruta se quedó como el Magoo, parada, alelada, sin saber si esperar los aplausos del público porque acababa de actuar en una obra de Ionesco, o simplemente deseando no ser ni tan vieja como para correr al majadero cual monja karateca; y, no ser tan bruta como para no entender que el irrespeto a la gente, al espacio del otro, a la ciudad, es cosa de todos los días y ya debería estar hecha al dolor.
¿Será que ya viene siendo hora de que nos acostumbremos a la patanería y nos demos por vencidos porque el mundo ya no nos pertenece?
Yo me niego a bajar la guardia, a no seguir hablando de lo que creo que no está bien. Esta vieja bruta morirá intentando hacer del mundo un lugar mejor.
(O)