Me permito exponer algunas hipótesis sobre la génesis de la corrupción, desde las más universales hasta las más propias de nuestra sociedad y cultura, en la que la corrupción es uno de los principales lazos sociales entre los ecuatorianos. Las comparto, aunque mi campo no es la clínica “psi” de lo social y colectivo, suponiendo que esa clínica existe. Lo hago porque todos nos quedamos en la queja histérica sobre la corrupción en el Ecuador, pero no nos preguntamos por sus orígenes y dinámica estructural, ni hacemos nada al respecto.
1. La perversión singular y estructural. Es la hipótesis obvia y universal, aunque no es suficiente. Cuando un verdadero perverso, es decir, un sujeto con esa estructura clínica, adviene al poder, lo utilizará para poner en acto su condición. La Historia mundial brinda numerosos ejemplos de ello. Esto explicaría los casos aislados de corrupción en cualquier administración gubernamental, en cualquier momento y en cualquier país, pero no alcanza para entender la endemia de la corrupción en nuestra vida social y política desde que tenemos memoria, y la epidemia que se disparó en la década pasada en el Ecuador: la corrupción organizada en algunas instancias del Estado.
2. La perversión contingente. “El poder pervierte”: una afirmación que asumimos con resignación y fatalidad, como inevitable. Pero el poder no pervierte a cualquiera; solamente lo hace con aquellos sujetos que no son perversos de estructura, pero que anidan un rasgo perverso contingente, el mismo que puede o no expresarse, y que en ciertos sujetos se pondrá en acto con el advenimiento al poder. Si bien todos los que nos creemos sanos y normales incubamos un rasgo perverso contingente, no en todos los sujetos ese rasgo se desencadena en la vida política, en la relación con el dinero y en el usufructo del poder. En otros se expresa en la vida amorosa.
3. La “normalización” de la corrupción. No en todas las sociedades se tolera (o se castiga) de la misma manera la corrupción en la vida política y en la función pública. Al parecer, en ciertos pueblos se espera que “en arca abierta el justo peque”, o que quien no robe y obtenga beneficio para sí y para los suyos cuando accede al Gobierno es un tonto. Este vínculo “naturalizado” entre poder y corrupción es arraigado en algunas culturas y parecería depender de sus orígenes e historia. Como una hipótesis, quizás aquellas comunidades que han experimentado las mayores y menos asumidas influencias externas en su desarrollo, son las más propensas a este destino.
4. La “folclorización” de la corrupción. Hay ciertos pueblos en los que la corrupción de pequeña cuantía se asume como un rasgo idiosincrático, que se ostenta con orgullo y distinción. En el Ecuador y en otras regiones, la “viveza criolla” es la corrupción de la vida cotidiana que nos caracteriza, que hace lazo social, que justifica y cronifica cualquier conducta tramposa, y que enseñamos a nuestros hijos de generación en generación, inadvertidamente. Lo “criollo”, en este caso, implica un supuesto sentimiento de identidad cultural y de pertenencia, así como de reivindicación frente al extranjero o al invasor. Continuaremos con esto la próxima semana. (O)