Desde Otra vez Amarilis a Nunca más Amarilis está adoquinada una larga vía de literatura que puede desconcertar al lector: ¿qué es lo que está leyendo? Tomo la sugerencia de Jorge Enrique Adoum para responder: un texto con personajes. El libro, publicado por Marcelo Báez en 2018 consta de tantas facetas que las curiosidades que genera solo se pueden atender interrogando a las páginas (si se tiene oportunidad, también al autor, tan abierto a conversar sobre su obra).

Que la literatura sea mentirosa es consustancial a su naturaleza. Territorio de lo posible, permite la exploración de las imposturas. Ese es el camino que elige Báez para redondear un personaje femenino donde solo había un nombre, el de Márgara Sáenz, la pseudopoeta ecuatoriana, creada en un juego de manos por dos poetas peruanos, que incluyeron un poema suyo en una antología titulada Poemas del amor erótico, en Lima, allá por 1972. Desde entonces, muchos consumimos el poema “Otra vez Amarilis” sintiendo que teníamos una compatriota audaz, aventajada y de suelta pluma en materia de versos amatorios.

Dentro de una estructura no convencional, se multiplican las voces que van haciéndose oír durante los siglos donde se puede rastrear el nombre femenino: hay una Amarilis en Teócrito, en Virgilio, en Lope de Vega y demás tiempos, al punto de plantear un “amarillismo andino” que pone máscara a escritores que publican detrás del seudónimo de una mujer. Este es el caso de los peruanos Cisneros y Lauer en el siglo XX y chispa para que Báez diseñe este texto de muchos rostros, cercanos y distantes.

Los mosaicos ecuatorianos que introduce el autor son tan numerosos y conocidos para quien puede seguir el desarrollo de la literatura nacional de los últimos cincuenta años, que deparan el placer de los reconocimientos. Pese al carácter libre del manejo de los datos –prerrogativa suprema de la narrativa– hay una clara impronta de huellas de autores de este país que se va dejando a conciencia, en un claro hilo nostálgico y zumbón. Pero también la ficción alza el vuelo hacia las bibliotecas y encuentra variados casos de fraudes textuales, de personajes falsos que se colaron en la vida, empujados por plumas visionarias.

A Márgara Sáenz se le crea una existencia tan convincente que va de Guayaquil a Lima, a Santiago de Chile, a los Estados Unidos, dejando un rastro que la vida se esfuerza por invisibilizar. El pretexto deja secuelas muy ricas en el trabajo de Báez, vericuetos sugerentes de cómo la vida imita a la literatura, de cuánta ligazón hay entre autores y obras de puntos distantes del planeta, y en la medida en que se acerca al presente, los hechos pueden vincularse cuando hay detrás un demiurgo que los aproxima. Así, María Komada y Haruki Murakami, que estuvieron en el Ecuador el año pasado, desfilan por estas páginas.

Vale preguntarse por la larga y caudalosa configuración de un personaje femenino que sale de la creatividad de un varón. Vivimos tiempos de alegría por la cantidad de mujeres que publican con calidad y éxito, por los rasgos de una literatura que acoge en sus tramas y estilos las obsesiones que las mujeres se han callado durante mucho tiempo. En este texto, pasa lo contrario. Y hay que decir que la Amarilis que ha creado Marcelo Báez llegó para quedarse. Siempre Amarilis. (O)