Los políticos y sus asesores suelen padecer de un enfoque estado-céntrico. Todo gira alrededor del Estado y si llegase el día en que no puedan gastar –con el dinero de otros, por supuesto– lo que se han propuesto, nos dicen, se caerá el cielo o la dolarización.

Lamentablemente muchos analistas y el mismo FMI se enfocan demasiado en los desequilibrios financieros del Gobierno y del Banco Central y muy poco en el crecimiento de la economía. Ven como problema el déficit, cuando este es simplemente uno de los resultados del verdadero problema: el gasto excesivo.

Están preocupados por el nivel de las reservas, cuando estas no sirven para defender el precio de la moneda doméstica, dado que usamos el dólar; y aunque el Banco Central se quede sin reservas, el dólar y los contratos en dólares seguirán valiendo lo mismo aquí y en cualquier otra parte del mundo. Tampoco es necesario que el Banco Central administre la liquidez de la economía, como lo demuestra el funcionamiento de la dolarización en Panamá o los primeros 14 años (2000-2014) de dolarización en Ecuador, cuando los bancos gestionaban la liquidez de manera descentralizada.

En la práctica, la función que se le otorgó al Banco Central para gestionar la liquidez de la economía sirvió para que satisfaga la voracidad de liquidez del Gobierno, con el dinero de otros. Si el Banco Central no hubiese tenido esa función o, mejor aún, no existiera, no estaríamos hablando de esto y nos enfocaríamos en el problema del gasto.

La proforma del presupuesto 2019 proyecta que la economía permanecerá estancada hasta 2022: con una tasa promedio de crecimiento para 2019-2022 de 1,4%. El Observatorio de la Política Fiscal estima que siendo así las cosas, el PIB per capita de 2022 estará ligeramente por debajo del de 2014. A quienes venimos diciendo que el enfoque debe estar en aumentar la tasa de crecimiento de la economía vía reducción de impuestos y del gasto público nos han dicho que ignoramos el “costo social” de los ajustes.

Sucede que la fiesta de la revolución tuvo una resaca inevitable que alguien tenía que pagar. Ese alguien no ha sido el sector público, donde se origina el problema, sino el sector privado. Veamos, mientras que la economía en general ha perdido 283.723 empleos adecuados entre 2014 y 2018 (caída de 8%), el empleo en el sector público ha crecido en 45.124 puestos (aumento de 9%). Todo esto mientras los políticos nos hablaban de “sacrificios” y “austeridad”. Se perdieron todos esos empleos y no se ha caído el cielo. Así podemos empezar a ver que el costo social de mantener un Estado obeso es mucho mayor que el de disminuir el tamaño del Estado. Es muy cómodo realizar un ajuste a velocidad de tortuga si el dolor lo soportan otros.

Mientras el Gobierno aplaza el requerido ajuste en recortes del gasto corriente del Estado, el resto de la economía seguirá estancada. Para dinamizar la economía se requiere estimular la inversión y eso se logra reduciendo impuestos. No podrán reducir impuestos mientras no reduzcan el gasto, dado que reducir impuestos sin bajar el gasto significa más deuda, es decir, impuestos a futuro. (O)