No sé cuándo me empezó a gustar la fotografía. Lo que sí recuerdo es que yo odiaba salir en las fotos, prueba de ello es que en muchas fotografías familiares yo estoy llorando o con los ojos llorosos, pero hay una en especial que hoy me hace mucha gracia, esa es la de unas vacaciones en Quevedo de las que yo tengo recuerdos muy vagos como el baño en el río, el sabor de las naranjas en una hacienda de un señor Muñoz, el dormir dentro de un toldo y los murciélagos que volaban en la habitación y se podían ver a través de la fina tela. En la foto de aquellas vacaciones hay mucha gente, mis papás y mis hermanas, mi abuela, una amiga de mamá y su madre; y yo, diminuta, tenías tres años, decía mamá. Todos sonríen o al menos miran, menos yo que estoy de espaldas a la cámara, en un gesto de total rebeldía. Ahora me tiene sin cuidado que me tomen fotos, no siento que el alma se me vaya a quedar atrapada en el daguerrotipo, como temían los personajes de Cien años de soledad, pero además me encanta ver fotos. En mi casa abundaban las fotos y las cámaras, lo que nunca hubo fue un buen fotógrafo, muchas están muy mal tomadas, desenfocadas, oscuras. Actualmente mi hija María Paz toma hermosas fotos que rara vez me las muestra. Tal vez por su excesivo perfeccionismo no se dedica a ello de manera profesional, si algún día lo hace, seguro llegará lejos.

El pasado miércoles 20, tuve la suerte de estar en la inauguración de una muestra de fotografía de José Ignacio Correa, en el Centro Cultural Benjamín Carrión. Allí confirmé cuánto me gusta asistir a espacios donde se exponen buenas fotos. Estas fotos las ha tomado en un período de cuatro o cinco años, la serie está compuesta por muchas más fotografías, que seguramente por cuestiones de espacio no fueron expuestas. Conversé con José Ignacio y me rebeló que le interesaba la fotografía publicitaria, pero las oportunidades en ese campo están cortas en el país.

La muestra de Correa, quien llega a la fotografía a través de sus estudios de cine (cosa que se nota), realizados en Francia y Canadá, la inició con una foto tomada en el tren subterráneo de Buenos Aires donde la gente solo miraba sus teléfonos móviles, sin percatarse de lo que sucedía en su entorno. Gente que mira sin ver.

La exposición se llama Myopia y justamente es eso lo que el joven artista pretende mostrar: en estas fotos se refleja la forma como vivimos hoy, atados, presos de la tecnología, sin ver lo que sucede a nuestro alrededor, pero no tiene que ver solo con la tecnología sino también con esa memoria corta y con la velocidad en la que se vive. Tengo con la fotografía un love affair porque es lo que me da de comer, dice. La muestra estará abierta hasta el 1 de abril, si están en Quito dense una vueltita por ahí. (O)