Y ecuatorianos nuevos ricos. La aparición de los nuevos ricos es un fenómeno significativo en nuestro país en las últimas décadas, desde el primero y hasta el más reciente festín del petróleo. Una clase socioeconómica particular que encarna el “neorriquismo” característico de todo el Ecuador desde 1975, un espíritu presente en todos los estratos de nuestra sociedad, y que animó la conducción del Estado durante el gobierno anterior, el que mejor puso en acto esta posición nacional y al mismo tiempo subjetiva. Un espejismo del progreso en un país cuya economía languidece, carente de ideas, previsión, productividad, trabajo y exportaciones. Una ilusión que oculta el que por cada nuevo rico debe haber por lo menos diez nuevos pobres y desempleados en este país.

El “neorriquismo” a la ecuatoriana posee rasgos propios, que se actúan en la escena política, social y económica, en lo habitual y en lo ocasional, en lo público y en lo privado. El primero de ellos es la insolencia vindicativa, que se justifica en el nombre de la igualdad y la justicia social bajo diferentes rostros. Se transmite como un discurso de líderes a gobernados y de padres a hijos en diferentes niveles socioeconómicos. Así, va desde la autorización de la agresión a los médicos en los hospitales públicos por parte de algunos pacientes, justificada en el nombre de la exigencia de “una buena atención”. Hasta la grosería de aquellos niñitos nuevos ricos en colegios privados, que les recuerdan a sus maestros: “Mi papá te paga el sueldo”. El buen servicio no es un derecho sino una oportunidad para la insolencia vindicativa.

Otro rasgo característico del “neorriquismo” ecuatoriano es la exhibición del consumo, variada según la condición económica del nuevo “acaudalado”. El escenario más común para este despliegue es el tráfico en nuestras calles y carreteras, donde la exhibición del automóvil sirve a este propósito más que a la necesidad de movilizarse en nuestras sobresaturadas vías. Así, da lo mismo lucir el Mercedes nuevo en la “Cumbayork” quiteña, como el Chery último modelo en el Comité del Pueblo, dentro del mismo espíritu que recorre las calles y los ánimos de los ecuatorianos. La exhibición de joyas, ropa, teléfonos celulares y juguetes electrónicos está en la misma lógica, que confluye en la consecución del “priostazgo” como un logro social: desde ser elegido el prioste de las fiestas del pueblo hasta ubicarse como el dirigente del club privado, y finalmente… ¿por qué no? Ser electo presidente de la República del Ecuador, el superprioste de la gran farra nacional, donde se bota el país por la ventana con la plata de todos, y sobre todo con la que nadie ha ganado todavía.

La exhibición del consumo equivale al despilfarro y a la imprevisión propias del “neorriquismo” criollo, como un fenómeno particular y al mismo tiempo nacional y político que en algún momento colapsa, cuando la chulquera del pueblo exige el pago, cuando las tarjetas de crédito revientan, cuando el pequeño empresario del Mercedes entra en mora del seguro social de sus empleados o cuando el superprioste del país cuenta los días que le faltan para largarse a Bélgica. Pero eso será pretexto para la siguiente entrega. (O)