“La solución es matar a Maduro”, ese fue el comentario de un conocido luego de leer el libro titulado Muerte al tirano, escrito por el abogado colombiano Abelardo de la Espriella, quien en su obra realiza una compilación de hechos históricos, políticos y sociales que justifican el tiranicidio que esencialmente se refiere a la muerte del tirano en defensa de la legitimidad política; en el caso específico de Maduro, De la Espriella argumenta que la muerte de Maduro es fundamental para garantizar la supervivencia de la república, y agrega que no se trataría “de un asesinato común, sino de un acto patriótico amparado por la Constitución venezolana y, por demás, moralmente irreprochable”.

Debe considerarse que a lo largo de la historia se han dado voces a favor y en contra de la utilización del tiranicidio como método de acción política. Una de las discusiones más relevantes en ese contexto es el que se relaciona al pensamiento de santo Tomas de Aquino, doctor universal de la Iglesia, quien en sus obras Gobierno de los príncipes y Summa Theologica deja claro que “se ha de proceder contra la maldad del tirano por autoridad pública”, y agrega que “cuando la tiranía es en exceso intolerable, algunos piensan que es virtud de fortaleza en matar al tirano”, lo que ha inducido a historiadores a sugerir que santo Tomas era firme partidario del tiranicidio, sin perjuicio de lo cual hay otros estudiosos que argumentan que el referido santo en ningún pasaje de su obra justificaba o condenaba el tiranicidio de forma terminante, utilizando la referencia que “algunos piensan”, sin asumir una posición final sobre el tema.

Progresivamente y más allá de teorías justificativas en la época final del Renacimiento, es innegable que el tiranicidio “ha terminado por desaparecer, al menos de manera formal, en los sistemas políticos y jurídicos de la actualidad, lo cual no impide que autores modernos insistan en la necesidad de no confundir el tiranicidio con el magnicidio, que es el asesinato de una figura de importancia política o social; para citar un caso de la historia moderna se considera el asesinato del expresidente estadounidense John F. Kennedy como un ejemplo claro de magnicidio, muerte violenta de un gobernante legítimo, a diferencia de la muerte violenta de un gobernante tirano, violento y usurpador. El problema de fondo, como lo señala Nieves Brizuela, es que “todas las sociedades decentes tenían y tienen profundas dudas sobre la utilización del crimen como método para ponerle fin a un gobierno de delincuentes y malvados”.

La licitud de la muerte de un tirano está sujeta a una discusión en la cual confluyen aspectos legales, éticos, políticos y religiosos, por lo que fácilmente se puede deducir la complejidad del problema. La idea del tiranicidio no es políticamente correcta en el análisis actual de los derechos y deberes del hombre en sociedad, lo que no impide que siga siendo considerado como un recurso objetivo y de última instancia ante el abuso descontrolado de un mal gobernante. Mi criterio: hay maneras más sencillas de deponer a un tirano.

(O)