Lo grecorromano y lo judeocristiano son pilares de la civilización occidental en la cual los derechos fundamentales adquieren la positividad jurídica e institucional que los caracteriza. Los datos que permitirían argumentar sobre la validez de esta afirmación son tantos que se requerirían obras completas para hacerlo. En esta columna mencionaré algunos aportes de la filosofía y la práctica política directamente relacionados con los derechos humanos, como el pensamiento de Sócrates, la organización de la ciudad-Estado de Atenas, la república romana que inspiró a los revolucionarios franceses del siglo XVIII, las trascendentes obras literarias griegas, entre las cuales destaca Prometeo por su trama conectada con la búsqueda del conocimiento para el ejercicio de la libertad humana al margen de los condicionantes y mandatos imperativos de sus dioses.
Más tarde, la obra de Locke, Rousseau y Kant, eminentes pensadores cristianos de la Ilustración, influye en el proceso de generación de los derechos humanos. La relación del cristianismo con estos es evidente, compleja y contradictoria. Algunas esencias cristianas como la universalidad y la igualdad, la liberación y la libertad, la fraternidad y la solidaridad son referentes directos. Sin embargo, pese a que muchos asumen que los derechos humanos son descendientes explícitos de lo cristiano, así como de valores comunes a los principales credos religiosos y filosóficos, muchas veces se mira a los derechos fundamentales y al cristianismo como distantes debido a ciertas posiciones que la Iglesia católica y también sus detractores han adoptado históricamente, como resultado de sus propias e internas contradicciones teológicas y políticas. El cristianismo, pese a las disquisiciones de algunos teólogos y al rechazo de su mensaje por parte de sus críticos, es una de las religiones que podrían inspirar los mayores niveles de tolerancia entre los seres humanos. Voltaire se expresó en este sentido.
Naturalmente, todas las culturas aportan a los derechos humanos por su esencial condición de universales, eclécticos y generales. No reconocer la impronta de todas ellas en esta construcción social para la convivencia –una de las más relevantes de la historia– sería tan inapropiado como afirmar que existe una sola y única forma de ver y comprender la abigarrada y multiforme complejidad del universo. En tanto, los derechos humanos siendo un producto cultural no deben ser considerados como algo finito, sino más bien como una suerte de tentativa permanente para encontrar y plasmar en el texto lo que es irreductible a lo humano en cuanto a responsabilidades y derechos de los individuos en sus relaciones recíprocas y en las de estos con instituciones, estados, organizaciones internacionales y con la naturaleza.
El cristianismo es uno de los más elaborados constructos humanos que desde un enfoque espiritual propone formas pragmáticas de vida orientadas a la sostenibilidad y proyección de los individuos y las sociedades. Forma parte de la cultura global y muchos se sienten cobijados por su doctrina. No contar con ella como un elemento fundamental en el análisis de situaciones actuales relacionadas con lo correcto o incorrecto, como el debate sobre la vida, la corrupción o la violencia generalizada, es privarse del aporte de uno de los referentes de reflexión más importantes de la civilización.
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