La reapertura de miles de escuelitas comunitarias y unidocentes rurales, anunciada por el ministro de Educación, Milton Luna, y que fueron cerradas en el gobierno correísta para implementar un modelo educativo centralista y cautivo que priorizó el monumentalismo de edificios dotados para el adoctrinamiento, en detrimento de la gestión formativa humanista que defienda la ancestralidad y la cultura autóctona, que son los ejes de la educación intercultural; devolverá al campo la población estudiantil desertora por la demagógica oferta de la movilidad hacia las fallidas “escuelas del milenio”.

Será menester el rediseño de las mallas curriculares manteniendo los valores de la ruralidad, la recapacitación de los docentes citadinizados para lograr su reacondicionamiento psicopedagógico que articule su reinserción a la vida comunitaria campesina; la reconstrucción de locales abandonados que han sido tomados por las comunidades con fines ajenos a la educación, y deben dotarlos con herramientas tecnológicas que no provoquen gran impacto a las costumbres y tradiciones propias que deben preservarse como patrimonio cultural.

La educación unidocente (completa o incompleta) es el ejercicio magisterial más patriótico realizado por un maestro, donde los procesos de aprendizaje exigen mayor creatividad para adaptar los planes a la multigralidad y simultaneidad de un aula diversa por los sujetos de aprendizaje y los limitados recursos didácticos. Ninguna experiencia es más enriquecedora para el alma y la mente de un auténtico maestro. Allí donde las técnicas metodológicas son inéditas, que a veces riñen con las recomendaciones vanguardistas de la pedagogía moderna y formal. Es allí donde enseñar y aprender son acciones unívocas. Es donde se enseña aprendiendo y haciendo de cualquier recurso del medio, un material didáctico porque allá el niño debe aprender con lo que hay y no con lo que necesita. Ese es el maestro de escuelita unidocente, al que el correísmo quizo eliminar.

La calidad educativa no se mide por los procesos de aprendizaje solamente ni por los edificios dotados de tecnología, sino por la entrega, responsabilidad profesional y conciencia social del maestro. Al maestro de escuela unidocente solo hay que dotarlo de nuevos recursos para combatir el ambiente viciado de cierta tecnobasura citadina, y a las escuelitas hay que volverlas comunitarias despartirizadas, sin emblemas del gobierno de turno, donde solo flamee el tricolor ecuatoriano y el himno. Nuestro tributo de admiración al maestro de escuela unidocente del campo de la Costa, Sierra, Oriente. La duda que me mata, señor ministro de Educación, es: ¿qué es el contrato y compromiso social por la educación?(O)

Joffre Pástor Carrillo,

docente, Guayaquil