Nuevamente las informaciones que traen revistas internacionales especializadas ponen al descubierto que se está perdiendo la batalla contra la terrible enfermedad que afecta a los plantíos de banano Cavendish, ocasionada por un hongo en su forma tropical 4 (RT4), similar a la 1 que extinguió a la variedad Gros Michel, en el siglo pasado. No hay medidas preventivas por más sofisticadas que sean que la detenga, habiendo destruido miles de hectáreas del sudeste asiático, África y el Cercano Oriente, tarde o temprano se hará presente en los cultivos de Latinoamérica, si es que aún no lo ha hecho. No han sido eficaces desde el punto de vista comercial los efímeros éxitos en ciertos cultivares obtenidos vía transgénica u otras, pues la supuesta resistencia que se les atribuye se mitiga en una o dos cosechas y obliga a volver a plantar.

La revista Discover retrotrae pronunciamientos del investigador Randy C. Ploetz, fitopatólogo de la Universidad de Florida, conocido en nuestro medio por sus magistrales conferencias dictadas en Guayaquil y Machala, evidenciando que los esfuerzos científicos han sido vanos y resalt ando que la única solución para encontrar resistencia al mal será recurrir a métodos de edición genómica, de incipiente aplicación en la agricultura, calificada como el mayor avance de la biociencia. Otros estudiosos coinciden en que la fruta más popular del mundo se enfrenta al exterminio. Existen modalidades de esa práctica, pero la más aceptada y versátil es la identificada como Crispr, no transgénica, capaz de producir caracteres idénticos al Cavendish convencional, con tanta certidumbre, que será casi imposible distinguir una variedad natural de una editada mediante este procedimiento tecnológico, no registrando ningún obstáculo para su aceptación en el mercado nacional e internacional.

Asoma como una novedosa tecnología que agitará la adormecida investigación agrícola, con el potencial de mejorar variedades de distintos cultivos, de óptimos rendimientos, tolerantes a las altas temperaturas, sequías, plagas y enfermedades, compañeras inseparables del cambio climático, sin intercalar ADN extraños, superando al mejoramiento tradicional e inclusive a los transgénicos, que pasarían a segundo plano, mientras en Ecuador se continúa innecesariamente satanizándolos sin que exista evidencia científica que demuestre daños a los alimentos que de ellos proceden y, peor aún, a quienes los consumen.

Organizaciones privadas internacionales utilizan la edición genómica para la búsqueda de variedades resistentes a mal de Panamá, raza tropical 4 y tarde o temprano lo lograrán. En cambio, aquí seguimos estáticos cuando aún es posible emprender investigaciones por la ruta recomendada, que es precisa, con mínimo margen de error, sin riesgos, pero mucho más meticulosa en el caso bananero. Lo procedente sería que productores y exportadores, por propia iniciativa, constituyeran un fideicomiso para financiarlas, siendo necesario aportar unos pocos centavos de dólar por caja; así, antes de cinco años, Ecuador podrá disponer de un tipo de banano con idénticas cualidades del Cavendish, sin inmutarse ante el patógeno, ni que tenga que padecer la dependencia de materiales que de seguro monopolizarán grandes empresas que van tomando la delantera, cuando el país cuenta con especializados técnicos que podrían asumir tan patriótico desafío para perennizar nuestro producto estrella de expor tación frente a un real peligro de extinción. (O)