El 24 de marzo, después de cinco largos años, se definirán las nuevas piezas del tablero político ecuatoriano durante las elecciones seccionales. En estas serán electos 23 prefectos, 221 alcaldes, 867 concejales urbanos, 438 concejales rurales, 4.089 vocales de juntas parroquiales y si consideramos que esto ya implica suficiente reflexión, también se deberá elegir a los 7 nuevos miembros del Consejo de Participación Ciudadana y Control Social.

Uno de los temas a los que más atención deberíamos de dedicar es al voto joven de estas elecciones. La Asamblea General de Naciones Unidas ha establecido que se identifican como jóvenes las personas de entre 15 y 24 años. En este preciso rango de edad se aglutina el 9,1% de los hombres y el 8,7% de las mujeres del Ecuador. Dada la curva de proyección de la demografía ecuatoriana, sabemos que este porcentaje tenderá a disminuir. Esto es porque la tasa de fecundidad bajará tanto o más que la tasa de mortalidad, ya que esta generación joven va a tener menos hijos de los que tuvieron sus padres.

A los partidos políticos debe interesarles este grupo de electores porque hasta que no termine el proceso de transición demográfica en Ecuador, captar el voto joven del presente es captar el voto adulto-anciano del futuro y este será fundamental porque representará a la mayor parte del electorado.

Los partidos políticos son conscientes de que hay momentos importantes para fidelizar a los votantes. Por ejemplo, el primer voto es siempre muy volátil y la indecisión de los jóvenes tiende a ser mayor. Sin embargo, al obtener ese primer voto se sacramenta la fidelización y las posibilidades de que en las siguientes elecciones el voto sea para el mismo candidato son altas. Son matemáticas simples: cuidar los votos de hoy es garantizar el suelo electoral de mañana.  

Ecuador tiene un sistema de sufragio obligatorio, que impone y coerce estatalmente un acto a priori voluntario. Entender el voto como un derecho y no como un deber es dar más libertad a los electores. Las obligaciones generan apatía, desgano, pérdida de interés y por último resultados peligrosos. ¿Cómo vamos a generar confianza en los jóvenes si los obligamos a ir a las urnas?

Algunos argumentarían que con el paso del tiempo se llegarían a desgastar estas reticencias hasta la resignación, pero los jóvenes siempre desconfían de las imposiciones. La coerción legal que obliga a ejercer el voto es percibida como una invasión para los jóvenes, que valoran y anhelan su independencia y libertad. Por suerte, en Ecuador no se rechaza necesariamente a los candidatos, sino más bien al sistema electoral y político en general. 

El desafío en esta situación es doble: ni los jóvenes deberían buscar satisfacciones electorales inmediatas, porque eventualmente se sentirán traicionados, ni los partidos políticos deberían centrarse solo en este grupo, pues perderían votantes de mayor edad. Muchos darán a los jóvenes consejos sobre cómo votar, pero es preciso que actúen sin tutelas, con cabeza y corazón. (O)