Antes de la fundación española de la ciudad, en el territorio conocido como Guapondélig, los cañaris, sus originarios habitantes, levantaron sus casas y aldeas. Más tarde, a inicios del siglo XV, los conquistadores incas lo anexaron a su imperio. Construyeron templos, palacios, caminos y lo llamaron Tomebamba, que llegó a ser el segundo centro administrativo en importancia en todo el Tahuantinsuyo. Aquí, en este espacio vibrante de vida y cultura, surcado por cuatro ríos, rodeado de montañas, pródigo en flores, frutas y árboles, marcado por los distintos tonos del verde de su prístina vegetación, los recién llegados españoles, deslumbrados por la armoniosa belleza del paisaje, decidieron fundar un nuevo asentamiento cuyo nombre sería Santa Ana de los Ríos de Cuenca.
Como muchas otras ciudades establecidas en América, Cuenca siguió el trazo arquitectónico llamado damero, en cuyo centro se ubicaba la Plaza Mayor delimitada por carreras y calles en las que se levantaban la Catedral y el Ayuntamiento. Las arterias viales de la Plaza Mayor se prolongaban rectilíneas a lo largo y ancho del predefinido espacio urbano y en ellas se ubicaban el hospital, la curia y otros servicios de la administración pública. También se definían sitios específicos para el trabajo de alfareros, herreros, orfebres y otros artesanos. Se determinaban lugares para la comercialización de productos… después de un año de la fundación española de la ciudad en 1557, la plaza San Francisco cumplió con ese objetivo, y así ha continuado a lo largo del tiempo.
Hace unas semanas se inauguró la restauración de este espacio urbano que se realizó con el criterio de mantener su propósito original. Ahí están emplazados lugares gestionados por casi un centenar de comerciantes. En la reconstrucción de la plaza se utilizó el mismo material de las calles del Centro Histórico, el adoquín y la piedra, que permitió su correcta integración paisajista con el resto de la urbe. Ahora, desde ese amplio espacio que cuenta en su centro con una recuperada pileta de agua construida en el siglo pasado y ventanas arqueológicas que permiten observar formas antiguas de construcción, se puede admirar la belleza de la arquitectura de las casas que lo rodean, entre las cuales destacan el edificio del Pasaje León, la Casa de la Mujer y algunas edificaciones privadas también arregladas gracias al entusiasmo generado en sus propietarios por la exitosa recuperación final de un lugar tan emblemático.
Esta obra es un significativo aporte al rescate del patrimonio y la historia local, así como al comercio y al turismo. Se integra armoniosamente con la colorida Plaza de las Flores, la iglesia de El Carmen, la Catedral Nueva, el parque Calderón y con la iglesia de San Francisco y sus contiguas edificaciones en ladrillo, con la calle Juan Jaramillo, la calle Larga y el Barranco del río Tomebamba. Por todo lo dicho, esta situación es muy positiva y también porque históricamente nunca se pudo intervenir seriamente en ese espacio que siempre presentó problemas, como tampoco se lo pudo hacer en los últimos cincuenta años de la historia reciente. Hoy es una realidad para Cuenca, Patrimonio Cultural de la Humanidad.
(O)