Las coincidencias pueden ser malditas. En los mismos días en que los asambleístas votaban mayoritariamente por mantener la exclusividad de las agencias nacionales de publicidad, en la campaña electoral se denunciaban varios plagios de piezas extranjeras. Pero, como que no era con ellos, a los publicistas en ningún momento se les ocurrió incluir en el bullicioso lobby una autocrítica o un pedido de sanción para los responsables de ese acto delincuencial. Tampoco los legisladores dieron muestras de haberse enterado de esos casos ni del tiempo en que viven y, con los sagrados intereses de la patria a flor de labios, retrocedieron el calendario hasta mediados del siglo pasado y votaron entusiastamente por el proteccionismo.

Los publicistas sostienen que esa medida es necesaria para elevar la creatividad en su campo y para impulsar el cine nacional. Por tanto, confiesan que no pueden competir con piezas que vienen desde afuera (aunque sí las pueden copiar impunemente) y que un arte como el cine depende de lo que ocurra en un campo tan ajeno a él, como es la publicidad. Que esta se haga eventualmente en formato audiovisual no la convierte en producto cinematográfico. Las carísimas piezas propagandísticas hechas por los hermanos que introdujeron el artículo 98 en la Ley de Comunicación tenían de cinematográfico solo la trama mafiosa que estaba en el trasfondo. Tampoco es justificación que uno que otro cineasta viva de la publicidad. Si alguno trabaja para una editorial, entonces habría que incluir artículos para proteger al libro nacional. Si la vocación y la forma de ganarse la vida de otro es la pintura, debería pensarse también en un artículo que prohíba la exhibición de cuadro extranjeros. Poco favor le hacen a su propia creatividad al reconocer que esta requiere de protección para expresarse y sobrevivir.

Si la demanda de los publicistas es sorprendente, la decisión de los legisladores no se queda atrás. Cuando el país está tratando de salir del modelo rentista en que vivió a lo largo de casi dos siglos de historia republicana y que fue reforzado en la década del auge económico, es incomprensible que una mayoría apruebe una medida de este tipo. No hay más explicaciones que el desconocimiento absoluto de la situación económica y la reacción pavloviana ante los gritos de las barras. Como en los mejores tiempos del congreso de la vilipendiada partidocracia, los asambleístas cedieron ante un minúsculo grupo de presión, cuya única virtud fue la realización de una hábil y eficiente campaña mediática. Con la ratificación del artículo mencionado, que había sido vetado por el presidente de la República, abrieron la puerta para que otros grupos, con campañas y barras propias, logren la inserción de artículos similares en leyes y códigos por aquí y por allá. Los liberales aperturistas del PSC, de CREO y de SUMA se olvidaron de las arengas que diariamente lanzan en los medios, caminaron de la mano de los más estatistas de los estatistas y votaron en contra de sus propios electores. Todos juntos para proteger la creatividad. (O)