Una de nuestras carencias sociales más profundas y madre del borrego de la inequidad, desigualdad y pobreza es justamente la injusticia. Somos una sociedad muy injusta y reiteradamente caemos en el error de condenar a las instituciones formales encargadas de administrarla sin antes observar la base matricial donde ellas existen. El observar a expresidentes en el banquillo de los acusados no es más que una muestra tardía de buscar justicia hacia el final de la vida política de ellos cuando el daño causado a la democracia durante su gestión ha sido enorme e indudablemente la justicia había sido el chivo expiatorio.

La expresidenta de Argentina y actual senadora Cristina Fernández tiene una cita –de las muchas previstas– con la misma justicia a la que ella y el marido despreciaron de manera olímpica en más de una década de gobierno. Ahora pide que esa misma justicia le sea justa cuando sabe perfectamente de qué madera ha sido labrada. El escándalo de la Argentina injusta se grafica en el asesinato del fiscal Nisman a horas de presentar su alegato contra la expresidenta. Todos apuntaron los dedos al ejecutivo que se vio envuelto en grandes contradicciones para intentar explicar que lo acontecido había sido un suicidio y no un asesinato. Crónica anunciada de un delito y absolutamente convencida la ciudadanía del grado de convivencia que el crimen había tenido con el poder. Cristina como Lula deberán explicar el origen de su fortuna, el apasionado amor por el dinero y la acumulación en abierta contradicción con los discursos que exacerbaban las injusticias sociales y el amor por los pobres. Es tal vez este elemento el que genera las más ácidas reacciones de la sociedad. La contradicción y la incoherencia en la que cae el ejercicio del poder cuando no se sostiene en valores sociales compartidos. La mayor debilidad del populismo es que no quiere al pueblo que dice ser el objeto y sujeto de su acción.

Lo peor de todo este proceso es constatar cómo la justicia formal solo tiene esos ribetes, nada en profundidad y está menos interesada aún en dar a cada uno lo suyo. La tarea de magistrados y fiscales es la funcionalidad al poder político de ocasión. De vez en cuando surge algún magistrado valiente como flores en un muladar pero es solo la excepción que confirma la regla.

El hambre de justicia tiene que ser trabajada de raíz con educación, cobertura de salud y por sobre todo oportunidades que permitan que el pueblo no viva de los mendrugos y menos aún consuma un discurso populista hueco y sin sentido.

Requerimos modificar nuestra injusta base matricial si en verdad ambicionamos una justicia que administre en derecho los conflictos de la sociedad. Sin eso ella es solo una mascarada que en vez de evitar que los conflictos terminen en la calle y de manera violenta los alimenta y exacerba. El poder político requiere aprender esta lección si no pretende ser devorado por la misma injusticia que ellos se encargaron de modelar, justificar y consolidar.