En mi infancia, juventud y primeros años como adulto consideré que la civilización europea era un referente luminoso al cual debía aproximarme personalmente. Quería conocer esa cultura, beber en sus fuentes y formar parte de ella. Y así fue. Viví en esa sociedad con deslumbrado entusiasmo y gran candidez porque esa experiencia se dio desde mi voluntad expresa de alejarme de mis raíces culturales. Pensaba que lo europeo era mejor. Era un ingenuo y aún lo soy, no solamente en este caso, sino en general frente a la vida, a sus misterios, a las preguntas que formulo y a las respuestas que obtengo… siempre pienso que podría ser más fino, inteligente y perceptivo. Más tarde, mi perspectiva cambió. Hoy entiendo la vida y sus circunstancias desde la emoción de mi identidad familiar, comarcana, ecuatoriana, latinoamericana y desde mi condición de ciudadano universal integrante de la especie humana en la cual todos nos fundimos y somos. Comprendo y vivo la igualdad de las personas proclamada por doctrinas religiosas y filosóficas, instrumentos jurídicos nacionales e internacionales y por la ciencia que la afirma porque todos compartimos la misma esencia biológica.

Escribo desde ese enfoque. Veo las diferencias en los logros de los individuos y de las sociedades, pero esa realidad no me lleva a pensar que unos son mejores que otros. La igualdad básica de los seres humanos se impone en mi entendimiento. Sigo maravillándome con lo europeo, estadounidense, asiático o africano, pero también con nuestra historia, cultura, logros y paisajes. No creo que el exitoso sea mejor que quien tiene dificultades, fracasa y sufre. Hay diferencias, claro está, que son el resultado de circunstancias y enfoques de vida. Por eso, la referencia a los suecos no significa admiración irrestricta de su cultura y sí reconocimiento positivo de algunos de sus rasgos de conducta. Claro que esos comportamientos, a los que me referiré enseguida, también están entre nosotros en tradiciones familiares y culturales que miran al consumismo como banal y a la ostentación como debilidad.

Como sociedad, los ecuatorianos tenemos graves problemas, sobre todo de convivencia. No se practican los valores que con vehemencia se declaran. La viveza criolla y la corrupción campean. En este panorama, adquiere sentido la mención a los suecos porque algunas de sus maneras de actuar pueden ser tomadas por nosotros como referentes. Por ejemplo, la sobria forma de vida de sus parlamentarios que no cuentan con autos ni choferes asignados, ni oficinas lujosas, ni asesores, y que en sus lugares de alojamiento utilizan personalmente los servicios comunitarios de lavandería, cocina y otros, podría inspirarnos para mejorar en ese sentido, emulando el espíritu inmanente a esa conducta. Sin embargo, entre nosotros, el boato y el derroche se enseñorean en lo público y en lo privado, porque para muchos son símbolos de éxito. Para esos fatuos, la austeridad en el uso de los recursos que les son asignados se ve mal, porque creen que afecta a la dignidad de sus cargos, que la asimilan –¡ilusos!– a la pose mediática, moda o maquillaje. Así revelan sus personalidades subyugadas por las baratijas y alejadas de la dignidad y la trascendencia. (O)