En Latacunga de los años 60, “la” Lucinda Albán era una querida amiga de la familia. En una ocasión mis padres y mis tíos fueron a almorzar en su casa y a la noche la tía Panchita regresó con un hermoso y elegante saco que la señora le había prestado. Recuerdo que era un martes de carnaval y al momento de despedirse la tía lanzó un vaso de agua a mi papá, él voló a la cocina, tomó la primera salsa que encontró y empezó a untar a la tía. A mí todo me resultaba muy gracioso, pero de pronto empecé a llorar al oír a mamá gritar con desesperación ¡el saco de la Lucinda! Al día siguiente mis padres y mis tíos emprendieron viaje a Quito a dejar el suéter en la única lavandería en seco que existía en aquella época. La prenda quedó impecable, se devolvió a su dueña sin novedad y esto a nosotros nos dejó una gran lección: lo ajeno se cuida más que lo propio, lo ajeno se devuelve en perfecto estado, lo ajeno se respeta.

En el Ecuador del siglo XXI, estas experiencias de vida parecerían no haber sido tan comunes, o simplemente la conveniencia y el beneficio personal son más fuertes que todos los ejemplos de nuestros padres. Lo que antes conocíamos como delicadeza ahora ha desaparecido. Tanto en el ámbito público como en el privado casi no hay respeto por los bienes del otro. Entre privados, el daño que se inflija importará a las dos partes involucradas; pero en el ámbito público, la indelicadeza concierne a toda la sociedad.

Este año que termina fue bastante saludable para nuestro pequeño mundo cultural: surgieron muchas editoriales independientes que publicaron interesantes libros; dos autoras guayaquileñas, Mónica Ojeda y María Fernanda Ampuero fueron reconocidas en el exterior; la película Agujero Negro, de Diego Araujo tuvo gran acogida; el Ecuador participó en el Mercado de Industrias Culturales de Brasil con la excelente organización de Andrés Zerega, funcionario del Ministerio de Cultura, quien demostró que con disciplina, puntualidad y responsabilidad el Ecuador puede quedar bien en un evento de esa magnitud. Fui parte de la delegación y solo tengo para él aplausos y agradecimientos.

Sin embargo, no todo lo que brilla es oro, sigo teniendo la sensación de que el Ministerio de Cultura no despega; de que la regla son los compadrazgos e indelicadezas. Desgraciadamente un funcionario del Plan Lector no está pendiente de entregar limpiecito el suéter de “la” Lucinda, sino de auto publicarse. Nadie desconoce el valor de Édgar Alan García como escritor de libros infantiles y como poeta, sus obras lo demuestran, pero no cabe que sea juez y parte. Con el dinero del Estado no puede, no debe publicar su obra. En un país como el nuestro probablemente eso no es ilegal, pero sí es muy indelicado promocionarse con dinero ajeno.

2018 fue un buen año para los gestores independientes, editores, libreros, cineastas, músicos, etcétera, que día a día nadamos contra corriente; pero el ente regulador de la cultura sigue sin brújula, sin dar buenos ejemplos, salvo honrosas excepciones, como Andrés Zerega.

(O)