Si bien es cierto que los valores son aquellas cualidades de nuestra personalidad que determinan nuestro comportamiento y que influyen siempre en la toma de decisiones. Así también los valores y la supremacía de unos sobre otros determinan nuestras prioridades. Generalmente los valores influyen en cómo las personas nos tomamos la vida, cómo nos relacionamos con los demás y con nuestro entorno. Los valores explican precisamente lo que realmente es importante para nosotros.

En la mayoría de los casos, al hablar de los valores nos referirnos a los principios, creencias y reglas que forjan nuestra vida y que llevan a modificar nuestro comportamiento en la comunidad; para la mayoría de los sujetos, son conceptos ya establecidos y predeterminados, como lo son los valores universales, humanos, familiares, éticos y culturales.

En un mundo cambiante en que cada día se pierde más el contacto humano, es necesario cultivar los valores desde la infancia, potenciarlos en la juventud, mantenerlos y enriquecerlos en la adultez, para revertir la tendencia de las relaciones frágiles, furtivas, transformar sociedades en las que se tiende a vivir en crisis profundas no sólo de pensamiento, sino en todos los aspectos tanto a nivel social, político, económico y cultural. Con una dinamia permanente de cambios acelerados, en que el consumo no sólo es material, lo es también espiritual, mental, moral y ético.

Esta mutabilidad dificulta la construcción de valores y fragiliza los procesos identitarios, incrementa las brechas de desigualdad, iniquidad, injusticia, vileza, maldad, ignominia, acarreando vulnerabilidad en grupos sociales.

La sociedad guayaquileña no es la excepción, no es inmune a la crisis de valores, crisis identitarias, a las nuevas formas de explotación contemporáneas, a la doble moral, al narcotráfico que hace posible el acceso fácil al consumo de drogas de jóvenes, inclusive de niños, a los altos índices de corrupción, de engaños, mentiras, a la carencia de planes y acciones que favorezcan a los que viven en condiciones de extrema pobreza y vulnerabilidad. Enfrentamos la desesperanza en una sociedad que nos ofrece el efímero y azaroso acceso al hedonismo del dinero, individualismo, mercancías y la sensación de poder asociada a ellos.

Un empresario, directivo, funcionario o empleado que tenga responsabilidades sociales y políticas debe dar ejemplo de vida con las acciones que emprenda y ejecute, debe poseer capacidad de gestión, preparación profesional, experiencia, sensibilidad, creatividad, dignidad y ética. De ahí la necesidad imperiosa de un fomento a gran escala de una cultura de valores para lograr una mejor armonía y convivencia social. No seamos indiferentes a los antivalores, a la mediocridad, al engaño, a la negociación de los principios éticos y morales, a la desvalorización de la dignidad humana, que debilitan y destruyen el tejido social y cultural.

La cultura y fomento de valores debe ser una política de Estado como modelo de gestión política, social, educacional, empresarial y jurídica en todos los niveles de la sociedad, que se debe impulsar, incrementar, fortalecer y desarrollar a nivel personal, familiar e institucional.

(O)