Estamos en el período del año en que vivimos las fiestas de los encuentros, o de los desencuentros, según nuestra particular experiencia.
Navidad, con su origen religioso y su ambiente de regalos pone de manifiesto amores y desamores, afinidades y tensiones, favorece acercamientos y las distancias se hacen más grandes. Es un tiempo en que el dolor, la enfermedad, los duelos, parecen aún más tenaces y fuera de lugar. La referencia a un Dios que nació en un pesebre, tiñe el ambiente de ternura y amabilidad y hace literalmente insoportable las injusticias, la pobreza, la mentira, la corrupción, la falta de trabajo, la enfermedad y la muerte.
En el mundo occidental se instala, en medio de la parafernalia del consumo, el tiempo de comunitariamente demostrar de alguna manera que los demás nos importan, los queremos, los apreciamos, los recordamos con afecto, queremos hacerlos felices y estar con ellos.
La Navidad pone el acento en los demás. ¿Cuándo nos reunimos? ¿Qué puedo regalarle que le guste? ¿Cuándo puedo visitarle? Es la fiesta de las comidas juntos, de la intimidad, de las confidencias, de la atención a los niños y para muchos de un reanudar la amistad con un Dios que se le siente más cercano porque no es un juzgador sino un Niño necesitado de cariño y ayuda.
Las Fiestas de Fin de Año y Año Nuevo tienden a ponernos en el centro. ¿Qué será de mi vida, mi trabajo, mi futuro? Pero también del país, del mundo. Sobre todo en vísperas de elecciones. Y para nosotros, en Guayaquil, la fiesta de los “viejos”, del ruido y el fuego, las cenizas y los brindis. De los animales asustados por los cohetes y las garzas y pichones que se estrellan en el estero huyendo de los fuegos artificiales.
Navidad es la fiesta del presente.
Fin de Año y Año nuevo son las fiestas que miran hacia atrás, para hacer un recuento y hacia adelante para proyectar el futuro.
¿Qué nos dejarán estas fiestas después de su paso por nuestras vidas? Nos plantean, si descendemos de la superficialidad que puede distraernos, cuál será el futuro que nosotros mismos forjamos para nosotros, para el país, para la humanidad. Futuro cuya raíz está en el presente que hoy vivimos y que es su sustento.
Con Víctor Hugo me permito desearles y desearme:
“Te deseo que siendo joven no madures demasiado de prisa, y que ya maduro, no insistas en rejuvenecer, y que siendo viejo no te dediques al desespero. Cada edad tiene su placer y su dolor y es necesario que fluyan entre nosotros…
“Te deseo que acaricies un gato, alimentes un pájaro y oigas un jilguero erguir triunfante su canto matinal… deseo también que plantes una semilla, por minúscula que sea y la acompañes en su crecimiento, para que descubras de cuántas vidas está hecho un árbol…
“Te deseo además que tengas dinero, porque es necesario ser práctico. Y que por lo menos una vez al año pongas algo de ese dinero frente a ti y digas ‘esto es mío’ sólo para que quede claro quién es el dueño de quien…
“Te deseo también que ninguno de tus afectos muera, pero que si muere alguno, puedas llorar sin lamentarte y sufrir sin sentirte culpable…”.
Les deseo que sean felices en la plenitud de su ser en comunión con todo lo que existe. (O)