Qué bajo habrá caído la política nacional que el único requisito que se puso para la selección de vicepresidente fue la honradez. Políticos de todas las tendencias y opinadores de todos los colores coincidieron en señalar que cualquier persona que tuviera ese atributo podría ser incluida en la terna que debía conformar el presidente. Se daba por hecho que se trata de un bien escaso, especialísimo y difícil de encontrar en nuestro medio. Lo que debería ser parte constitutiva del animal social y por tanto ni siquiera objeto de mención, mucho menos de discusión, pasó a convertirse en cualidad que debía ser buscada con lupa. En el fondo del lodazal que nos dejó la banda de saqueadores, una condición básica del ser humano se convierte en una rareza, en motivo de admiración y en distinción que puede otorgar privilegios.

Como elemento indispensable para la convivencia social, la honradez es una condición necesaria para acceder al cargo vicepresidencial, como lo es para cualquier otro. Por consiguiente, es necesaria, pero no suficiente. Se puede entender que, en este caso particular, después de la historia traumática protagonizada por quienes han ocupado ese cargo, se tratara de evitar por todos los medios que se escogiera nuevamente a un (o a una) pillastre. Pero eso no justifica que el presidente y el país en general dejen de lado los requisitos específicos que debe tener el segundo mandatario. Estos son estrictamente políticos, en el sentido más amplio de la palabra. La adecuada gestión gubernamental no consiste en llevar las destrezas de la empresa privada al campo de lo público. Ya se lo ha experimentado en infinidad de veces con resultados mayoritariamente negativos.

Esto es más evidente en una situación como la que vive el país, en que la solución de la debacle económica tiene un alto componente político y cuando es imprescindible que lo público recupere el prestigio que fue perdiendo a lo largo de los últimos veinte años. La transición de la que tanto se habla consiste no solamente en sepultar y castigar las prácticas corruptas establecidas como marca de fábrica por el anterior gobierno. Eso es de vital importancia, pero de poco servirá si no se apunta a eliminar los componentes autoritarios de las normas e instituciones, así como las prácticas excluyentes generalizadas en la sociedad y claramente visibles en grupos que ponen su poder por delante de las premisas básicas de un régimen democrático e integrador.

La reorganización ministerial es un paso importante en tanto tiende a fortalecer los niveles de operación política, pero necesita un apuntalamiento desde una instancia dotada de mayor fuerza. El cambio en la vicepresidencia era excelente oportunidad para alcanzar ese objetivo. Pero la composición de la terna demuestra que el presidente no la vio o, si es que la vio, no la consideró. Seguramente llevado por el rechazo generalizado hacia todo lo que huela a política, optó por buscar soluciones no políticas para la política. Escogió la antipolítica. Se decantó por la vía menos apropiada para la renovación de la política. (O)