Con diciembre llega la alegría a los hogares cristianos, cualquiera que sea su condición socioeconómica, porque la ilusión de los niños no puede ser ignorada, porque el arreglo del pesebre o del arbolito navideño reúne y motiva a todos, así como las reuniones familiares para rezar la novena del Niño Dios con los cantos de los tradicionales villancicos y las panderetas que tocan los más pequeños.

Los problemas políticos dejan de ser prioridad y la vida familiar recobra centralidad ante la Navidad. Donde hay personas ancianas o que padecen enfermedades catastróficas en estado delicado, los demás se esfuerzan para alegrar la vida de esos seres queridos sufrientes y darles más cariño y atención, y es la época del año que reciben más visitas de sus parientes y amigos.

El dolor no impide que sintamos en el fondo del corazón algo especial: amor, esperanza y fe.

Las preocupaciones económicas en muchísimos casos y deudas en otros, no faltan, pero quien conoce el significado de la Navidad cristiana debe animarse con la alegría de la salvación eterna y vivir esta época en actitud de acción de gracias y de gozo porque el Hijo de Dios nació en Belén hace más de dos mil años. Este misterio insondable de amor y generosidad del Padre lo celebramos cada 25 de diciembre. Hagamos un alto en la vorágine de la vida para reflexionar sobre tan grande don y disponer el corazón para colmarlo de esta alegría incomparable.

La proliferación de pesebres confeccionados con amor en los hogares e iglesias y cada vez más presentes en almacenes y centros comerciales, debe reforzar ese especial sentimiento de gratitud y paz de estas fechas.

Las reuniones de amigos y excompañeros de colegio no fallan y hasta en las empresas se vive el compañerismo navideño de diversas maneras entre los trabajadores y empleados porque esta es la fiesta de la alegría y del amor, nuestra fiesta cristiana tan celebrada en el mundo entero, la fiesta de nuestra salvación.

Navidad además reafirma la maravilla de la familia humana, porque Jesús nació y vivió en el seno de una, igual que nosotros y por eso es una relevante fiesta familiar que acerca incluso a los que están distanciados o separados.

No deberíamos permitir que la Navidad comercial opaque la magnitud de esta fecha, ni que sea usurpada por personajes que no tienen nada que ver con este “Máximo Regalo” que ha hecho nuestro Padre Dios a la humanidad y que justifica plenamente, que también nos agasajemos con sencillos presentes entre familiares y amigos como muestra de verdadero amor y amistad, no por compromiso, sino muy sinceramente.

Si la Natividad del Hijo de Dios ha sido capaz de retumbar en todo el mundo, nosotros los cristianos debemos disfrutarla al máximo en su belleza y profundidad, en su grandeza y generosidad con el corazón abierto para alegrarnos y agradecer, también para proponernos ser mejores, regalándole al Cumpleañero un compromiso firme de cambio personal.

(O)