El uso de artistas, gente de la pantalla, deportistas, en las campañas electorales, se ha convertido en recurso de la política. Primero eran contratados para animar actos y espectáculos desde las tarimas y para las fotos de rigor; y desde hace algunos años van como candidatos per se. Eso nos sorprendía y a manera de broma votábamos.

Luego, seguramente, como al partido que comenzó con esta “tradición” le resultó la jugarreta, los demás empezaron a replicarlo; ahora no son utilizados como rellenos de las listas, sino son considerados por los partidos como parte fundamental para captar votos de las clases media y baja, y lo más deprimente es que lo logran. No dudo que puedan realizar aportes importantes una vez que sean electos, pero no creo que alguien se coma el cuento que han sido llamados a candidatizarse por su lucidez en política; obvio, fueron escogidos por sus capacidades histriónicas y gran exposición a nivel local.

Esto que está sucediendo es clara muestra de la falta de interés que los ecuatorianos tenemos por la política, y la casi nula institucionalidad que existe en los partidos. Por eso no hacemos más que limitarnos a seguir a caudillos y que se mantengan y continúen. Resulta tan fácil convencer con propuestas demagógicas, que ni los candidatos creen que vayan a poder cumplir. Por eso convencen al pueblo con buen espectáculo, dos palabras bonitas, un abrazo y una sonrisa fingida.

Es deber de todos nosotros implicarnos en los asuntos que tienen que ver con quienes nos gobernarán. No solo tenemos que fijarnos en quiénes encabezan las listas, sino en quiénes las van a acompañar. En el caso de los concejales, tenemos que recordar que son los llamados a fiscalizar la administración de los alcaldes, y cuando no hay fiscalización empieza la corrupción. Todos los ciudadanos tenemos los mismos derechos, pero no todos contamos con la misma exposición, y el hecho de ser conocido (“famoso”) por “muchas” personas no te hace el mejor, solo te hace más conocido.(O)

Francisco Andrés Ramírez Parrales,

ingeniero, Samborondón