En los últimos días se han publicado consistentes estudios que configuran un espantoso escenario sobre el futuro del clima en el planeta, pero quizás el más importante es el presentado por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), creado por la ONU, esta vez integrado por 91 científicos de 40 países, que de manera contundente claman la atención del mundo, de sus estados, de los líderes políticos, empresarios y de todos los integrantes de la sociedad, que se acabó el tiempo y ya estamos padeciendo las consecuencias de la elevación de un grado centígrado promedio de temperatura, con condiciones atmosféricas extremas, incrementos del nivel del mar y mengua del hielo marino en el Ártico, entre otros desequilibrantes traumas.

Se destaca que de continuar el ritmo de las actuales emisiones, será imposible limitar la temperatura global en 1,5 grados hasta los próximos 12 años y en 18 se habrá superado el terrorífico dos grados, que provocaría irreversibles daños a los ecosistemas, lo cual significa que la optimista meta planteada en el Acuerdo de París, suscrito por 175 países, no será alcanzada, a menos que se hagan esfuerzos extraordinarios superiores a los pactados, especialmente por parte de las naciones desarrolladas, precisamente las que más contaminan, hasta alcanzar una rápida y significativa reducción de los efluvios a la atmósfera, particularmente de dióxido de carbono. Penosamente solo 16 de los firmantes han cumplido sus ofertas de reducción.

La Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha revelado un nuevo récord en la concentración de dióxido de carbono (CO2) en el aire, alcanzado en el 2017 con 405,5 partes por millón, cuando ya en el 2015 había registrado 400,1, con un comportamiento igualmente alto de metano y óxido nitroso, apareciendo además el CFC-11, un potente gas que agota la capa de ozono, sin que existan indicios concretos que señalen la posibilidad de revertir esa negativa tendencia.

Tal es la preocupación que las ciudades más grandes que integran el denominado G20, grupo de las naciones más poderosas del mundo, han elaborado un documento que fue entregado en Buenos Aires en su última reunión, en cuyo texto se relieva la urgencia de pasar de la declaración a la acción para bajar la temperatura terráquea en dos grados centígrados e inclusive menos de 1,5, creando líneas de crédito blandas para infraestructura hacia la mitigación y adaptación al cambio climático, como mecanismo para asegurar la provisión de alimentos, todo antes de que se vuelvan irreversibles los impactos ecológicos.

Urge que los estados latinoamericanos ejecuten planes concretos de adaptación en el sector agrario, el más seriamente afectado, creando variedades de cultivos resistentes a las altas temperaturas, con fuertes sequías e inclementes radiaciones solares, cuyos impactos ya han sido evaluados en España en especies de trigo y maíz, aplicando simulaciones para determinar los efectos en la producción por alteraciones fisiológicas en las plantas, en especial de la fotosíntesis, la más importante función del reino vegetal.

Las respuestas acertadas las dará siempre la investigación hasta encontrar tipos de plantas adaptables a condiciones extremas, trabajos inexistentes en nuestro medio por carencia de recursos públicos y privados destinados a esa impostergable necesidad. (O)