En plena noche correísta, larga y horrible, un ministro afirmó que no había inseguridad sino “percepción de inseguridad”. Lo que quería decir el funcionario es que las tasas de delito no habían aumentado, sino que la ciudadanía tenía una falsa impresión en contrario. Si esto lo decía un cientista social habría tenido que demostrarlo mediante las correspondientes mediciones y análisis, pero un político no puede decir eso. El mentado ministro es en la vida real un cientista social, pero estaba actuando en ese momento como político... si un ministro no es tal, entonces ¿quién es político? Y la política no es una ciencia, sino un arte y como tal no maneja hechos reales, sino percepciones. Con métodos que en todo caso requieren tiempo se puede cambiar lo que la gente percibe, pero lo que no se le puede es decirle que lo que en tal momento percibe no es real. Las personas quieren que se les solucione cierta necesidad, real o imaginaria, no sirve informarles “no, lo que ustedes ven es una fantasía”.

Como quiera que hayan variado las tasas de criminalidad, el caso es que los ecuatorianos tienen la impresión de que vivimos una desbordada ola de delincuencia. Era impensable hasta hace una década, pero ahora una enorme cantidad de personas llevan consigo una cámara de video en sus celulares y otros adminículos, de manera que si se comete una fechoría es altamente probable que sea filmada. Y en otro fenómeno no previsto, la mayor parte de la población está afiliada a las redes sociales a través de las cuales puede difundir su “reportaje” con una eficacia similar a la de los medios tradicionales. En un país pequeño como el nuestro, si en un solo día se difunden tres videos que muestran la comisión de rapiñas, la percepción de la ciudadanía es que estamos ante una imparable arremetida criminal.

Dicen que cuando ve un ratón en su casa, es porque decenas de estos roedores están viviendo con usted. Los criminales, como todas las plagas, procuran medrar ocultos, si comienzan a verse, la gente llega a la forzosa conclusión probabilística de que hay centenares que hacen lo mismo y que no alcanzan a ser filmados o fotografiados. A esto se añade la constatación de que el Estado hace poco o nada por solucionar este estado de cosas. Más con la evidencia de que los criminales no son sancionados como es debido y hasta son protegidos por una legislación garantista y jueces venales. Pero son las autoridades quienes más parecen creer que la ola delictuosa es real, a juzgar por la estupefacción con que miran los hechos o por los palos de ciego que dan, como desplegar una vasta operación militar y policial para detener a un agricultor que tenía tres pistolas. Este clima psicológico deja la mesa servida para que se produzcan más sucesos lamentables como los de Posorja y para que en cercano plazo surja un líder al estilo Bolsonaro. Entonces los veré llorando tras de las chilcas.

(O)