En marzo de 2018, Orhan Pamuk publicó su última novela, La mujer del pelo rojo. Es todo un desafío lanzarse a trabajar una pieza literaria sin voces paralelas que la avalen, por mucho que provenga de un Premio Nobel (de 2006), cuyo nombre produzca la confianza de una pluma experta. Dividida en tres partes, con capítulos numerados, nos sorprende con un comienzo plano y apacible que impacienta al lector que siempre espera los altos picos de la intriga para alimentar el interés. Llegué a preguntarme si el autor no deseaba mi enervamiento, mi anhelo por el hecho que rompiera la recta línea de los acontecimientos.

Cuando el joven aprendiz deja a su maestro abandonado en el pozo que estaban cavando y huye de un pueblito cercano a Estambul tocamos, por fin, un punto de tensión, y nos aprestamos para las peripecias que son, necesariamente, los giros de fortuna a que la narrativa nos tiene acostumbrados. Y seguimos la conciencia culposa de ese protagonista que crece con el cáncer de un casi crimen en el recuerdo. La historia va de la presencia a la ausencia de padres en la vida –porque el joven ha sido abandonado por el suyo, porque el maestro lo suplanta, porque él mismo engendra un hijo sin saberlo– y de cómo esa figura señala hitos formativos en la personalidad de todo ser humano.

Pamuk es el escritor que viene escribiendo repetidamente sobre su país y su multiforme cultura. Impresiona refrescar datos sobre ese eje de Oriente y Occidente que es Estambul, que Turquía fue cuna de varios reinos, que está presente en el Nuevo Testamento y que el paso de la conquista otomana dejó huellas profundas en las creencias. En esta ocasión también se asoma a esa multiculturalidad a base de los mitos griegos y persas sobre la relación padres-hijos, y aprovecha para mostrar cómo la función paterna simboliza su marca en las insondables entrañas del inconsciente. Mundo con mujeres sujetas al poder, reservadas a la casa, tiene en los padres el puntal constructor, tal vez por eso, un personaje dice a otro: “En este país tenemos muchos padres. El padre Estado, Dios padre, el padre ejército, el padrino de la mafia… Aquí no se puede vivir sin padre”.

Edipo pone lo suyo en esta novela y con largueza. Pero también la leyenda de Rostam y Sohrab, contenida en el Shahnameh, texto del siglo XI que recoge los antiguos saberes persas; en ambas historias se enfrentan padres a hijos, en las dos hay mujeres implícitamente castigadas por la fatalidad. Lo nuevo de la novela de Pamuk es que una mujer –que ha elegido teñirse el cabello de rojo para significar su fortaleza– toma las riendas de varias acciones para darle la cara a la vida y remover la función que le ha hecho falta al hijo.

Como en toda buena novela, las capas significativas se superponen unas sobre otras. Así como hay espacio para la historia de amor –y amor de varias clases–, hay lugar para mostrar la pujanza de un país que da cabida a una auténtica metrópolis, que arroja a sus habitantes al dilema de sentirse europeos y asiáticos y que tal vez extrae su riqueza del corazón de sus contradicciones.

(O)