El tiempo pasa y aún así permanece: se queda oculto en los rincones, late por siempre en los objetos. Imagino que muchos de ustedes comparten conmigo la fascinación por lugares y cosas en donde todavía creemos escuchar las voces de tiempos y personas que siguen hablándonos desde la muerte. Pierdo el sueño cuando cae en mis manos algún objeto antiguo, y no mido su valor por la espectacularidad de lo que ha vivido o la fama de quien lo ha poseído, peor aún por su valor material “real”. Una caja oxidada con una colección de cromos de actrices, un títere de madera tallado por un soldado en las trincheras, un vestido de mi bisabuela, objetos que son puertas a otras vidas, a otras épocas que nunca terminan de extinguirse.

Una cara de esta fascinación por el pasado es mi pasión por los diarios de los difuntos, publicados con o sin su permiso. Diarios a bordo de los cuales viajamos a épocas y lugares lejanos a los que de repente sentimos bajo nuestra propia piel. Cuando leí por primera vez el Diario de Ana Frank, me conmovió sentirme tan identificada con sus sentimientos a pesar de que yo era una niña libre echada de panza al sol mientras que ella vivió sus últimos meses recluida bajo el miedo y la humillación.

Los diarios le ponen una cara, un nombre, una voz a la historia. Nos conmueve más la historia del sufrimiento de una sola persona que cifras abismales e incomprensibles de víctimas. Y es que somos capaces de la más profunda de las empatías a través de la imaginación, cuando gracias a un diario o un reportaje nos metemos en los zapatos de otro, cuando las palabras invocan como por acto de magia los colores y sabores, el miedo, el deseo, el amor vistos y sentidos por alguien alguna vez y hoy por nosotros jugando a ser otros. Jugando a ser otros aprendemos a sentir, a compartir, a comunicarnos, a alegrarnos y entristecernos, a comprender. Aprendemos a trascender lo que tenemos ante las narices y en nuestras limitadas vidas se abren puentes y túneles que nos transportan hacia adelante o atrás en el tiempo o de un extremo a otro del mundo.

Así es el diario de Renia Spiegel, asesinada por los nazis a los 18 años, en el verano de 1942, de un tiro porque sí, porque era judía, porque era polaca, porque se escondió para que no la deportaran, porque nació en el lugar equivocado en el momento equivocado. Son setecientas páginas de un viejo cuaderno escolar, a rayas azules, que abarcan la vida de Renia entre los 15 y los 18 años, un diario que según su sobrina Alexandra: “Te rompe el corazón porque desde el inicio ya sabes en qué va a terminar su historia, pero también porque su escritura es tan bella […] y con el retorno del antisemitismo aquí y ahora es más actual que nunca”.

Renia empieza su diario el 31 de enero de 1939 mientras vive con su abuela en Przemysl, al sur de Polonia, separada de su madre: “¿Por qué he decidido empezar hoy un diario? ¿Ha sucedido algo importante? […] ¡No! Solo quiero un amigo. Alguien con quien hablar sobre mis miedos y alegrías cotidianos. Alguien que sienta lo que yo siento, que me crea y que nunca revele mis secretos. Ningún ser humano sería capaz de una amistad así […] Solíamos vivir en una hermosa mansión a orillas del río […] Había cigüeñas posadas sobre los viejos tilos. Manzanas brillando en el huerto y yo tenía un jardín […] Pero esos días jamás volverán. Ya no hay mansión ni cigüeñas sobre los tilos viejos ni manzanas ni flores. Solo quedan los recuerdos […] Y el río que corre distante, extraño y frío, que murmura, pero ya no para mí…”. Y el 8 de agosto de 1940, Renia escribe desde su Polonia ocupada por las tropas soviéticas (cuando Hitler y Stalin, todavía amigos, se dividieron el mundo a placer): “¿Qué importa que hayan desgarrado países, dividido hermanos, separado a los niños de sus madres? ¿Qué importa que digan ‘Esto es mío’ o ‘Aquí está la frontera’? Las nubes, los pájaros y el sol se ríen de esas fronteras, de los humanos y sus armas. Van y vienen llevando de contrabando lluvia y briznas de césped, rayos de sol. Y a nadie se le ocurre prohibírselos. Y si lo intentaran, el sol estallaría en carcajadas brillantes…”.

El diario de Renia permaneció oculto durante más de 70 años. Recién en 2016 se publicó en su idioma original (polaco) y en 2019 aparecerá por primera vez en inglés. El cómo y el porqué de esta extraordinaria historia serán el tema de mi próxima columna. Hasta entonces les dejo con ese par de fragmentos que tuve el placer de traducir exclusivamente para ustedes. (O)