El pasado 8 de noviembre tuve la oportunidad de participar como panelista en ‘Foco de ideas’, uno de los varios eventos que ingeniosamente está organizando Andrés Merino. En ‘Foco de ideas’ se busca la opinión de personas que conozcan temas relacionados con Guayaquil, que puedan compartir sus ideas sin necesidad de un Power Point, y que inciten a los presentes a compartir sus impresiones con todos los demás. Es un evento con un formato novedoso, que permite a los presentes compartir sus visiones sobre el futuro, en un formato que evoca los diálogos del Ágora de Atenas.

Pude compartir el podio con Niels Olsen, joven emprendedor vinculado al turismo, y con Ramón Sonnenholzer, reconocido empresario y gestor cultural guayaquileño. Creo que los tres coincidimos en entender a Guayaquil como un fenómeno urbano y cultural, que va mucho más allá de una visión estática y monocromática. Sonnenholzer resumió de manera asombrosa el contraste que hay entre lo que Guayaquil es y lo que las autoridades locales creen que debería ser: “A la visión de Guayaquil le falta holística”. Conciso e incuestionable.

Otro aspecto saltó en la tertulia, uno del cual considero necesario que reflexionemos: el regionalismo.

Somos un país mosaico. Esa es nuestra mayor virtud, pues nos permite tener un mayor espectro de talentos. Irónicamente, esa misma virtud nos trae también problemas para llegar a ponernos en los zapatos del otro. Es comprensible el regionalismo entre Quito y Guayaquil. Ese tipo de rivalidades existen en todos los países. Sin embargo, debo dar la voz de alerta y decir que se siente más una propensión al regionalismo desde el lado guayaquileño.

Me preocupa que nos estemos condenando al ostracismo. En la actualidad, las referencias despectivas no solo se dirigen a Quito; también se siente un trato con desdén a otras poblaciones. Tiempo atrás, un personaje público local definió como “afuereños” a los que viven en Guayaquil sin haber nacido en ella, desconociendo que los guayaquileños somos producto de la mezcla entre los migrantes de todas las regiones del país, con aquellos que bajaron de los barcos, provenientes de diversas partes del mundo.

Si logramos ser el motor económico del Ecuador fue por lograr consolidar alianzas tanto dentro como fuera del territorio nacional. Estamos dejando que nuestra autoestima nos aísle incluso de aquellos que han sido nuestros socios internos, colaboradores indispensables de nuestra Belle Époque.

Yo crecí en una provincia que iba desde las faldas de los Andes hasta las inmensas playas del Pacífico. Ahora, por culpa de una mala administración provincial del pasado, que atendió de manera desigual a los cantones, nos hemos convertido en dos provincias; una cultura común partida por una frontera. Personalmente, me niego a renunciar a ser parte de la Península. Soy guayasense y soy peninsular.

¿Seguiremos aislándonos del resto del país? ¿Nos pasará con Milagro lo ocurrido con Santa Elena? La historia enseña que los pueblos se integran en tiempos de auge y civilización; tal como ocurre ahora entre Francia y Alemania, antes enemigos irreconciliables. En contraparte, los pueblos se separan en tiempos de decadencia.

¿Qué queremos ser?

(O)