En 1993 la Unesco encargó a la Comisión Internacional sobre la educación para el siglo XXI, presidida por el político francés Jacques Delors, la misión de analizar los desafíos para la educación en el nuevo siglo y plantear sugerencias y recomendaciones en un programa de renovación y acción a presentar a tomadores de decisión y responsables oficiales. El informe final, ‘La educación encierra un tesoro’, planteó una concepción más amplia de la educación para permitir a cada quien descubrir, despertar e incrementar sus posibilidades creativas, descubriendo así el tesoro escondido en cada uno; ir más allá de la percepción de la educación como la vía de adquisición de conocimientos o estabilidad económica, para considerar su función en la transformación individual y colectiva que genere sociedades más armónicas, respetuosas y tolerantes.

Veinte años después de su publicación muchas de las conclusiones del informe continúan siendo de actualidad, pero ¿ha evolucionado nuestro sistema educativo hacia uno más adaptado a las complejidades del siglo XXI con retos sociales, políticos, económicos y ambientales? Algo estamos haciendo mal cuando en nuestra sociedad mujeres y niños son terriblemente violentados; conductores irresponsables asesinan diariamente a inocentes; políticos cegados por la ambición de dinero y poder roban, mienten y negocian todo incluso sus conciencias y principios; los electores son deslumbrados por inverosímiles promesas y el carisma de los candidatos más que por su trayectoria profesional y humana.

Nos han vendido la idea de que mejorar la educación es construir escuelas del milenio, colegios réplicas, universidades de excelencia. Ofrecer infraestructura es fácil y rentable en términos políticos, más cuando se cuenta con recursos; invertir en la verdadera educación es más difícil, toma más tiempo, requiere esfuerzo, paciencia, perseverancia y, sobre todo, compromiso con la misión de educar.

Requerimos una renovación completa del sistema educativo; evitar la homogenización; respetar el desarrollo físico y psicológico de los alumnos; eliminar etiquetas de buenos, malos, mediocres o hiperactivos cuando se rebelan al sistema. La clave no está en importar sistemas aparentemente exitosos de países del primer mundo donde los niños se evalúan por resultados, no por capacidades; donde las tasas de suicidio juvenil son dolorosamente elevadas por las presiones ejercidas.

Una real educación debería orientarse a generar ciudadanos felices. La felicidad se refleja en nuestra capacidad de vivir en armonía y ser tolerantes con nosotros mismos y con el otro. El racismo, la violencia, la intolerancia, la corrupción, el irrespeto por la naturaleza y los derechos de los demás son reflejos de una educación deficiente.

El informe de la Unesco planteó una nueva manera de concebir la educación para mejorar la vida y no solo adquirir conocimiento. Una educación con cuatro pilares fundamentales: aprender a conocer para comprender al mundo; aprender a hacer para enfrentar situaciones y trabajar en equipo; aprender a ser para valorizar la personalidad; y aprender a convivir para desarrollar la capacidad de comprensión del otro y a vivir en comunidad respetando los valores del pluralismo, solidaridad, colaboración, aceptación y paz. ¿Cuenta nuestro sistema educativo con estos cuatro pilares fundamentales? ¿Estamos ayudando a nuestros niños y jóvenes a descubrir su tesoro para convertirse en adultos equilibrados y felices? ¿Lo somos nosotros? (O)