Mirando hacia el frente, el gran Guayaquil, y hacia sus espaldas, el caudaloso río Guayas, así como las zonas aledañas a sus lados, es la imagen que conservo de mi ciudad de la década de los 50 y 60, años que añoro entrañablemente y con nostalgia; la época que me tocó vivir en este hermoso lugar, el cerro Santa Ana.

Una calle larga asfaltada se situó entre las laderas del cerro Santa Ana por un lado, y por otro, el río Guayas; contribuyó a la arquitectura vial de este lugar que terminaba a la altura del colegio salesiano Domingo de Santistevan. A lo largo de su trayecto, había instaladas algunas industrias como la Fábrica de Clavos Guayas, la Fábrica de Mosaicos La Roca, cuya planta alta era la vivienda de mis abuelos, con quienes viví mi época de estudiante; industrias lácteas como Indulac, Leche Pluca, etcétera; piladoras y madereras que se apostaban a lo largo de la vía. Para acceder a estas zonas fabriles que constituían un polo importante en el desarrollo económico de la ciudad, se disponía de tres rutas, la primera a través de la Boca del Pozo, pasando por el barrio Las Peñas y su arteria principal la calle Numa Pompilio Llona hasta llegar a la Cervecería y sus talleres y frigoríficos; para pasar por un pequeño aserrío donde se reparaban y calafateaban embarcaciones menores que desembocaban en la calle mencionada.

Un segundo acceso era por las trochas construidas por los residentes, a través del cerro, para llegar a la cima donde se encontraban las torres de transmisión de emisoras; el descenso se lo hacía por un camino empedrado, los carros que lo usaban debían estar en condiciones mecánicas óptimas, por lo empinado, y desembocaba en la Plaza Colón donde se encontraba la planta proveedora del agua para el Cuerpo de Bomberos. Paralelamente, también podíamos acceder por un camino asfaltado desde el colegio Domingo de Santistevan.

Otras zonas de resaltar constituían la de la iglesia de San Vicente, un teatro al aire libre donde se realizaban presentaciones artísticas, y la de la Facultad de Odontología y Ciencias Médicas; además recuerdo que en este lugar hacían estación los buses urbanos (línea 1) que debía tomar a diario para ir y regresar del colegio salesiano Cristóbal Colón donde estudiaba. Finalmente, una tercera vía de acceso era siguiendo un camino lastrado que rodeaba el cementerio de la ciudad en su parte posterior, pasando por la ciudadela Atarazana, el Reed Park, el Hospital Militar y el Hospital Psiquiátrico Lorenzo Ponce, que empataba con el colegio Domingo de Santistevan y con las zonas de influencia a su alrededor. Todos estos accesos los tomaba diariamente en forma alternada durante mi época estudiantil.

No está por demás mencionar los momentos de esparcimiento con las “galladas” o amigos y las carreras en coche que realizábamos utilizando las pendientes del cerro, para como verdaderos bólidos por la velocidad imprimida, podamos alcanzar la meta y llegar en primer lugar. “Todos los caminos conducen a Roma” dice el refrán, parafraseándolo digo “todos los caminos narrados conducían a esos maravillosos lugares” del cerro Santa Ana que fueron parte de la historia de Guayaquil; aunque ya no queda nada, el desarrollo urbanístico ha convertido eso en una zona turística donde han proliferado bares, hoteles, restaurantes y se ha construido un hermoso malecón con vista al río, así como edificios imponentes destinados a oficinas y departamentos para vivir. Solo persisten grabados en mi retina los gratos momentos que viví en mi juventud en este paradisiaco lugar del cerro Santa Ana. ¡Qué tiempos aquellos!(O)

César Carrillo Védova, médico cirujano, Guayaquil