Falleció hace pocas semanas, a los 76 años de edad, la reina del soul y del rythm and blues, Aretha Franklin. Conocida en todo el mundo por algunas de sus canciones más populares, su versión de Respect (Respeto), grabada en 1967, es el tema que mejor la representa en todo sentido. En estos días se ha referido la historia de cómo una canción originalmente escrita y cantada en 1965 por Otis Redding, reivindicando el malestar de un hombre que vuelve a casa después de una dura jornada de trabajo para mantener a su familia y por ello demanda el respeto de su mujer, terminó como un himno feminista. Simplemente, Aretha volteó la canción de su amigo Otis para dar voz y palabra a todas las mujeres del mundo que exigen el respeto de los hombres.

¿Quién le debe respeto a quién? ¿Los hombres a las mujeres? ¿Las mujeres a los hombres? Son preguntas irrelevantes, que persisten porque expresan el impase fundamental e inevitable en las relaciones entre las mujeres y los hombres, quizás desde siempre. Porque el respeto entre los sexos, tradicionalmente ha reposado en el que imponen o demandan los hombres desde una posición de poder y una función de proveedor, y en el que ellos dicen que les deben a las mujeres (o el que ellas demandan de ellos) por la maternidad, la inequidad, la indefensión y la desventaja física. Un respeto fundado en las diferencias de roles tradicionales y en dos posiciones planteadas implícitamente como más fuerte/más débil, respectivamente.

Ello ha producido dicotomías extremas y antagónicas para representar las diferencias entre hombres y mujeres, como fuerte/débil, superior/inferior, dominio/sumisión, y otras equivalentes que forman una serie interminable y fundamentalmente imaginaria de alternativas entre “lo más o lo menos”. Alrededor de esta representación confrontadora e imaginaria de las diferencias hombre/mujer se ubican, en el mundo presente, dos posiciones extremas, excluyentes y en conflicto. La primera y tradicional sostiene estos modos de entender las diferencias y plantea que la solución es aceptarlas y someterse a ellas. La segunda y más reciente propone que la solución es borrar toda diferencia, proclamar la completa igualdad, subvertir la lógica “binaria” que sostiene las diferencias, borrando la lógica de la sexuación y abriéndose a la multiplicación de los “géneros”, y a la supuesta alternativa del “Please, select your gender”, en la política actual de la “democratización del transgenerismo” como llama a esta propuesta la psicoanalista norteamericana Patricia Gherovici.

Todo ser hablante debe respeto a todo ser hablante, por el hecho de ser semejantes, y a la vez diferentes. Respeto a los ancianos, las niñas, las mujeres, los hombres, las discapacitadas, las obreras, los trabajadores… y a todo el mundo. Un mundo sujeto a las leyes del lenguaje, donde lo masculino y lo femenino son las únicas categorías del género, y donde lo neutro supone aquello que no constituye un género definido. Nacemos con una disposición biológica para la alternativa binaria de la lógica de la sexuación, y cada ser hablante es responsable de asumir una posición sexuada en consecuencia con su anatomía, o una diferente, o ninguna. Y cada elección sexuada subjetiva y particular merecerá igual respeto de todo el mundo. (O)