Lo escuché por primera vez lejos de mi ciudad, en medio de una ronda de poetas que leían en voz alta sus versos. Fue suficiente. Se me quedó en el oído su voz sonando cadenciosa, poniéndole alma a las líneas que zigzagueaban entre sus labios. Su libro antología Este es el futuro que estabas esperando (2017), que recoge poemas desde su primera publicación de hace catorce años, permite una visión gradual de la ocupación lírica de sus más obsesivos temas.

Frank Báez es dominicano. Y no hay que consultarlo en internet. Sus poemas afloran identidad a base de referencias directas, de imágenes fijadas a un malecón toreado por las olas del Caribe, sensible también a que hay “un Nueva York chiquito” en Santo Domingo. Llegar a estos poemas viene de un largo camino que comenzó en la antigüedad, cuando el oído estaba acostumbrado a recibir la poesía a cielo abierto, luego se detuvo en los libros y reaparece hoy, ligada a la oralidad tan férreamente que solo parece cumplir su cometido cuando la escuchamos recitada.

Hay otra línea que cruza toda la obra del autor y esa es la misma poesía. A Báez le preocupa tener claro qué es eso que dominó su vida desde temprano: el decir poético. ¿Qué es eso que “se siente como si el otro al leer estuviera inventando las palabras del poema nuevamente”? Una necesidad de respuesta recorre muchos versos exploratorios del fenómeno de ser poeta en nuestro tiempo.

Siempre recuerdo a mis dialogantes que haber abandonado el cauce tradicional es lo mejor y lo peor que le ha pasado a la historia de la poesía. Lo mejor porque ganó en libertad –la rima era una carga de previsibilidad en el poema– y la imagen irracional es más poderosa que todos los recursos líricos anteriores, y peor, porque las líneas sin medida y la sintaxis abierta confunden sobre los pliegues donde se esconde la potencialidad poética. Escribiendo versos arbitrarios y audaces cualquiera podría pasar por poeta. Báez es autor de una de esas Ars poética de cuatro versos, definitorias a la hora de responder qué es la poesía. Y también sabe qué relación tienen las obras de los poetas y el mar que “ola tras ola las recita”.

En la proximidad de los géneros de escritura de nuestro tiempo, hay poemas que son crónicas: una vuelta por las calles de Alejandría despierta a la ciudad donde transcurrieron varias de las novelas de Durrel y donde Cavafis hizo sus paseos buscadores; otro salto en el espacio recorre Chicago de madrugada; el terruño propio es repasado con mirada de ciudadano solidario.

Hay entre todos un poema emblema, un poema bandera que la voz personal de Báez levanta, cuando lo lee dramáticamente. Se trata de La Marilyn Monroe de Santo Domingo, texto narrativo con intensas luces líricas que cuentan una historia y describen un perfil humano de dolorosa marginalidad, de cifrada significación en tierras donde la ambigüedad cultural nos lleva a preguntarnos quiénes somos. Báez, impúdico como buen poeta contemporáneo, puede exclamar en voces de primera, segunda y tercera persona gramaticales las angustias de la humanidad.

Estará entre nosotros en la Feria Internacional del Libro, desde el próximo miércoles 5 de septiembre. Aprestémonos a conocerlo. (O)