Los nuevos gobernantes latinoamericanos generalmente cometen el error de pensar que los países empiezan con ellos, que es necesario una refundación definitiva y que en el pasado solo hubo errores. Esto los especialistas denominan “complejo de Adán”, el cual es señalado como uno de los responsables del subdesarrollo. Bajo esta visión no importa el respeto a la Constitución y la ley, todo vale con tal de enterrar el corrupto pasado.

A los ojos del nuevo gobernante, por el bien de la nación, es necesario aplicar aquello del “fin justifica los medios”, para borrar vestigio del anterior régimen; cuando de aquella máxima de Maquiavelo jamás se ha obtenido buenos resultados. Se buscan argumentos hábiles hasta sofísticos para torcer el ordenamiento jurídico. Se rompe la institucionalidad dándole apariencia de legitimidad. Así el Ejecutivo mete la mano en las otras funciones del Estado, para designar en estas a personas más convenientes. Una y otra vez la historia se ha repetido para sacar de funciones a magistrados, autoridades electorales, legisladores; los ejemplos son tantos, desde la metida de mano a la justicia de Correa, el autogolpe de Fujimori o la instalación de una Asamblea Constituyente, por Maduro. En algunos casos estas rupturas han tenido amplio apoyo popular. Luego el momento político cambia, los abusos cometidos por los nuevos funcionarios que se sentían intocables han causado indignación. La vanidosa apuesta del gobernante por transformarlo todo se ha vuelto en su contra, ya que ahora él es responsable de lo malo que ha sucedido. La popularidad del nuevo caudillo decrece, hasta el punto de hacer imposible la continuidad siquiera de un gobierno que mantenga una línea similar. Finalmente los opositores o disidentes obtienen victorias que los llevan al poder, y la historia se repite. Así pasamos rápido de izquierda a derecha, de conservadores a liberales, de peronistas a radicales y viceversa. Jamás resolveremos los profundos problemas si nos encontramos en el laberinto sin salida de las refundaciones infinitas. La única forma que se conoce para salir de momentos de crisis es mediante grandes acuerdos nacionales, que con objetivos a largo plazo realicen las reformas estructurales, institucionalizando el país y afincando el imperio del derecho; como sucedió en España con los Pactos de la Moncloa o en Chile con la concertación. Esto significa desprendimientos, esfuerzos que nuestra inmadura clase política aún no está dispuesta a realizar. (O)

Carlos Andrés Robalino Luque, abogado, Guayaquil