Que el Gobierno marcha a dos o más ritmos es algo que se veía desde el inicio y que se reafirmó la semana pasada. Junto al anuncio de unas medidas económicas tibias, comunicó el abandono de la Alianza Bolivariana de las Américas. En sentido contrario a esa decisión, mantuvo la disposición inconstitucional, ilegal e inhumana de exigir pasaporte a los venezolanos que huyen de la catástrofe producida por el Gobierno que lidera esa agonizante agrupación. Paralelamente, tras anunciar la reducción del número de ministerios y la probable salida de varios cientos de empleados públicos, miró pasivamente cómo renunciaban los ministros directa o indirectamente afectados, sin iniciar la aplicación de la medida. En fin, decisiones tímidas en un campo, decididas en otro, torpes en un tercero y de indiferencia en uno más.

Se podrá decir que todos los gobiernos están obligados a moverse en diversos niveles y que cada uno de estos exige adoptar un ritmo específico. Incluso se puede llevar más allá y sostener que eso ocurre en todos los ámbitos de la vida de las personas, de las instituciones, las empresas y las organizaciones de cualquier naturaleza. Pero eso es solo parcialmente cierto porque, al definir objetivos y rutas, en todos esos ámbitos se logran reducir las limitaciones que ponen las condiciones externas. De esa manera, las acciones adquieren coherencia y se puede avanzar en el sentido establecido. La pregunta, entonces, es por qué no puede hacer eso el Gobierno actual y envía esas señales contradictorias.

La respuesta está, en primer lugar, en la indefinición de los objetivos. A pesar de que ya va por su décimo quinto mes, no se sabe exactamente hacia dónde quiere ir. Algunas medidas se interpretan como señales de cambio del modelo heredado, tanto en lo político como en lo económico, pero otras apuntan más bien a la continuación. En su mayoría son reacciones –algunas evidentemente desesperadas– ante hechos que se producen por fuera de su voluntad. Navega sin agenda política o, más bien, esta la ponen las circunstancias.

En segundo lugar, en estrecha relación con esa indefinición en los objetivos, carece de un apoyo estable, orgánico y confiable. No es el Gobierno de un partido, mucho menos de una coalición que actúe unida tanto en el Legislativo como en el Ejecutivo. Sus acciones no son decisiones que provengan de una o varias fuerzas políticas que empujen en un mismo sentido, como sería lo óptimo para una situación como la actual. Sin objetivos a los cuales adscribirse, las tiendas políticas ganan más mirando el juego desde lejos. Se podrá decir que esa ha sido la historia de siempre en el Ecuador. Pero la coyuntura actual es muy grave y solamente se parece a la del inicio del periodo democrático, cuando había que abordar al mismo tiempo las tareas de la reinstitucionalización del país y las de la recuperación económica. Para ello, no basta la buena voluntad que muestra el presidente las noches de los lunes. Sin objetivos y sin acuerdos reinarán las indefiniciones, como las de la semana pasada. (O)