Comienzo por el principio, con definiciones extraídas del plan de Dios, resumido en la Biblia: Amar es abrirse, salir de sí mismo, amar es incluir; amar es admirar; amar es dar, dándose. La fe nos dice que Dios nos creó a imagen de él, que es amor.

Psicólogos, creyentes y no creyentes, afirman que toda persona busca la felicidad y que la encuentra, amando, realizando su identidad: el odio excluye, vacía el corazón, no nos deja ser felices.

Lo contrario al amor se personifica en el solterón, en el encerrado en un partido por desprecio ciego a otros.

El solterón es egoísta, es narcisista, se encierra en sí mismo. El encerrado en un partido es sectario, como el solterón, confunde valorar a uno con despreciar a otros.

El sacerdote católico es soltero, como tal, tiene un amor inclusivo, admirando la creación, personificada en varones y mujeres; sale libremente de sí mismo, para ser feliz, haciendo felices.

Ay del varón que busque el sacerdocio ministerial católico por menosprecio a la mujer. Si no purifica ese menosprecio, es infeliz, también, en el plano humano, no solo él, también las personas, a las que debiera servir.

Cristo, Hijo de Dios, asumió la humanidad, no la desprecia. Esta fundamental verdad de fe invita a valorar lo humano.

El sacerdote ministro, habiendo recibido una ulterior participación de la vida de Cristo para poner su humanidad a servicio del plan de Dios, debe ser -varón preocupado de las angustias y esperanzas de sus compatriotas (su única tarea no es solo rezar), -debe ser varón que ha descubierto en la mujer la bondad y la belleza, -varón que incluye en su corazón a todos los necesitados.

La historia dice que numerosos sacerdotes católicos han escrito páginas de libertad, de educación, de salud, de cultura de diversos pueblos.

Unos, por ignorar u ocultar las páginas de la historia; otros, por no mirar en profundidad, suponen que, no siendo casados, los sacerdotes católicos tienen el corazón vacío. En consecuencia, dicen, abusan de niños y jóvenes.

Es cierto –lo afirmo con dolor– que hay clérigos abusadores. Son igualmente ciertas dos realidades: 1ª. La causa no es la consagración a servicio de los hombres por amor a Dios, sino haberse pervertido de solteros en solterones; 2ª. Las faltas contra el celibato son relativamente raras y, por ser raras, son noticia. He leído afirmaciones varias de investigadores. Unos afirman que el porcentaje de abusadores del sexo es pequeño (3%); otros dicen que sus investigaciones los llevan al 8%. Unos y otros saben que el porcentaje es aproximado.

El misionero salesiano Marín Lazarte escribe: “Es curiosa la escasa información acerca de miles y miles de sacerdotes que se consumen por millones de niños, por los adolescentes y los más desfavorecidos en los cuatro ángulos del mundo”. “No interesa, no es noticia el que hayamos tenido que socorrer la crisis humanitaria de cerca de quince mil personas en los acuartelamientos de la guerrilla, después de su rendición…”.

Por pequeño que sea el porcentaje, no deja de ser doloroso. (O)