La administración de un gobierno supone algo más que la contestación al rival de turno y la construcción de un discurso movilizador. La tarea del hacer en política conlleva una serie de capacidades que a veces choca frontalmente con la realidad recreada en campaña. Nuestros gobiernos vienen de fallas sistémicas prolongadas en el tiempo que se han consolidado de manera tan rígida que por lo general las altas expectativas puestas en nuevos gobiernos terminan por impactar con una realidad compleja y difícil. Eso ha pasado con los gobiernos “populistas” que, sostenidos en las bases del deterioro de los partidos tradicionales, conquistaron el poder y fueron amparados por una demanda de materia prima a escala mundial que hizo el cimiento para el sostenimiento en el poder por más de una década. Cuando solo eso es lo que importa es cuando en poco tiempo comienzan las desilusiones.

La tarea de llenar las expectativas altas, que supone por ejemplo el triunfo de López Obrador en México, tendrá en sus adherentes más entusiastas a los frustrados más cercanos. Por un lado se ganará tiempo describiendo desde adentro la complejidad de hacer frente a una pesada herencia llena de incompetencias de corrupción hasta terminar en la siempre ubicua idea de los problemas culturales. Gobernar sin descontentar es imposible, pero, hoy, con la complejidad de los medios de comunicación en manos de millones de seres humanos con capacidad de construir redes de opinión colectiva los tiempos de paciencia son notablemente cortos y tiránicos. Hay que saber bien lo que se quiere y por sobre todo cómo hacerlo.

El presidente no deberá construir el poder ni sobre el resentimiento y menos el odio porque son dos compañeros notablemente veleidosos y traidores. Lo que parece una fortaleza puesta sobre el otro a mediano plazo termina por amarrar al gobernante a una serie de errores que se los cobrarán más temprano que tarde, a pesar de abandonar después el país para huir de ellos. Se deberá mirar la complejidad del problema, la capacidad del equipo y el sostenimiento político de las reformas emprendidas. Una gran dosis de capacidad de comunicar lo que se hace para ganarse la adhesión popular es otro elemento gravitante a la hora de consolidar los resultados. Los logros grandes suelen ser enemigos de los pequeños, que tendrán que ser muchos y visibles si se pretende sostener la mística de los cambios que respalde el entusiasmo de sus actores.

La rutina del hacer debe huir de las tentaciones de buscar culpables a la lentitud de las reformas emprendidas. Sostener el paso es tanto y más importante que el caminar hacia un horizonte claro. Combatir la pobreza no es una tarea acabable, sino que debe ser mirada de forma relacionada con otros factores que la producen y la consolidan. Un gobernante inteligente tiene siempre la mirada en el todo y puede estimular a sus responsables para concretar la tarea en plural. Los conflictos internos dentro del Gobierno suelen ser muchas veces más duros de enfrentar que las demandas de la oposición cuya lógica es fácilmente entendible y desmontable.

Gobernar es un arte y una ciencia. Lo es también un reto al carácter, de ahí que los mejores gobernantes sean aquellos que no solo tuvieron visión, equipo, rutina, sino por sobre todo capacidad para hacer en conjunto lo que se requería realizar. Eso algunos lo llaman capacidad de servicio, otros amor, pero es por sobre todo capacidad de llenar las expectativas sin renovadas frustraciones. (O)

Gobernar es un arte y una ciencia. Lo es también un reto al carácter, de ahí que los mejores gobernantes sean aquellos que no solo tuvieron visión, equipo, rutina, sino por sobre todo capacidad para hacer en conjunto lo que se requería realizar.