“Niña muere ahogada al caer en pozo séptico”. La noticia apenas ocupó páginas interiores de los diarios durante dos días y causó un breve reportaje en la televisión local, para desaparecer enseguida detrás de las fotografías de nuestros políticos delincuentes y la cuantificación de sus crímenes cometidos en la década pasada. Hace tres semanas, la pequeña Sheila, de 4 años de edad, falleció en una escuelita del borde noroccidental de Quito al caer en un agujero parcialmente destapado del patio posterior del plantel. Su propio padre la encontró y la sacó del fondo del pozo séptico, donde flotaba entre deyecciones, aguas servidas, basura y perros muertos. Una niña pobre muere en la mierda: nuestra sociedad tiene la perversa capacidad de poner en acto las expresiones metafóricas que testimonian la miserable inequidad de nuestro país.

Mientras los niños ricos de Quito se alistan para viajar de vacaciones con sus familias a Disneyworld, unos padres pobres lloran a su niña perdida por una tragedia evitable. La muerte de Sheila es una vergüenza ecuatoriana, que se suma a los infanticidios disimulados que ocurren por accidentes domésticos o de tránsito. Nuestra sociedad no cuida a sus niños, especialmente si son pobres. Los deja encerrados en casa mientras su madre va a lavar ropa ajena, o les permite jugar al borde del río o del estero putrefacto, o los saca al borde de la carretera para vender frutas, o los deja al cuidado de abuelos o tíos pederastas. Nuestra sociedad infanticida no ama a los niños pobres y asume como insignificante la muerte de alguno en un “accidente”, porque eso se arregla con abogados ecuatorianos y un poco de plata. No mucha, porque nuestros pobres se contentan con cualquier cosa según nos enseñaron nuestros políticos.

La breve nota de la televisión dijo que los padres de Sheila han impugnado el informe forense, porque allí se dice que la niña “se asfixió con su propio vómito, perdió la conciencia y murió quince segundos antes de caer al pozo”. ¡Por favor! Cualquier profano que haya visto medio episodio de CSI Las Vegas impugnaría el supuesto informe pericial. Como siempre, nos creen estúpidos, y creen que los pobres son más estúpidos todavía. Evidentemente, se trata de evitar responsabilidades y proteger a los más poderosos. La pregunta es: ¿quiénes son responsables por la muerte de Sheila y de todos los niños pobres que mueren quemados en sus casas de caña, atropellados, ahogados, electrocutados, violados o despeñados?

Más allá de las amonestaciones y sanciones administrativas habituales (traslado a otro plantel) para los directivos de la escuelita, todos somos corresponsables por estas muertes “accidentales”, injustificables e imperdonables. Todos, empezando por aquellos cuya fotografía aparece en la primera plana de nuestros diarios: los que saquearon este país durante diez años usando a los pobres como su fetiche de campaña. También los que los sucedieron y participaron del festín anterior pero cambiaron de bando oportunamente. Y el resto, nosotros, los que los elegimos o los soportamos en silencio durante once años por conveniencia, indiferencia o miedo. La muerte de Sheila es efecto de lo peor de nuestra sociedad ecuatoriana: banal, irresponsable, descuidada, apática, improvisada, novelera, oportunista, demagoga, insolidaria e incapaz de aprender de la experiencia. (O)