Solo el parroquialismo puede explicar las críticas que se hacen a quienes cuestionan la candidatura de la canciller Espinosa a la presidencia de la Asamblea General de Naciones Unidas. Sostener que se la debe apoyar porque es ecuatoriana significa poner esa forma de cretinismo extremo que es el nacionalismo por encima de principios como los derechos humanos y las libertades básicas. Ella es una persona que ha aprobado, apoyado y aplaudido acciones violatorias de derechos por parte de gobiernos autoritarios, como los de Venezuela o Nicaragua. Acá, en su propio país, ocupó diversas carteras en un gobierno del mismo tipo. Sostener que se la debe apoyar porque es ecuatoriana y porque de esa manera el país llegará a lo que pomposamente definen como el mayor foro mundial, es una forma de invertir el sentido de las cosas.
Desde que gran parte del mundo comenzó a regirse por principios como la libertad, la igualdad ante la ley o la preeminencia de los derechos individuales frente a la acción de las autoridades, los sentimientos de pertenencia a uno u otro país pasaron a ocupar un lugar secundario. Lo que actualmente se denomina Estado de derecho (no la tontería de Estado de derechos, en plural, de la Constitución ecuatoriana) reconoce a las libertades individuales como atributos inalienables que no están condicionados por el lugar de nacimiento o la nacionalidad de la persona. Desde los aportes de autores tan disímiles como Locke o Rousseau, al ser humano se lo considera antes que nada como una persona libre. La nacionalidad, a la que incluso se puede renunciar o añadirle otra, solamente es un atributo secundario. La pertenencia a un espacio geográfico, que por lo general viene por accidente de nacimiento y en muy pocas ocasiones por la propia voluntad, no le condiciona en el disfrute de los derechos y las libertades.
Viendo desde el otro lado del espejo, quienes violan esos derechos y libertades o apoyan a quienes lo hacen, no pueden justificarse ni ser justificados por ostentar tal o cual nacionalidad. En el caso concreto de la canciller Espinosa, decir que debe ser apoyada porque representa a Ecuador, es pasarse quién sabe por dónde los principios básicos que aseguran la convivencia social, las libertades y la igualdad ciudadana. Su nacionalidad –que, por cierto, no corresponde a su lugar de nacimiento– no constituye una razón para congratularse por la posibilidad de que ocupe ese cargo en el organismo internacional. Por ello, no tienen cabida los intentos de hacer una sinécdoque entre ella y el país, que buscan disolver a este en una persona de carne y hueso con biografía propia y antecedentes cuestionables para un puesto como ese.
No sería Ecuador el que ostentaría la presidencia de la Asamblea de Naciones Unidas. Sería María Fernanda Espinosa, la misma persona que ha elogiado entusiastamente a dictadorzuelos asesinos y, por boca propia, se ha hermanado con siniestras hechiceras que aceptaron y encubrieron la violación incestuosa bajo su propio techo. Apoyarla es adherir al parroquialismo más reaccionario en nombre de una mentira. (O)