Las revueltas estudiantiles de Mayo del 68 en París fueron coloridas y simbólicas, pero dentro del proceso de cambios culturales que sacudieron al mundo en la segunda mitad del siglo XX, no particularmente trascendentes. Se exacerbaron por circunstancias específicamente francesas, empezando con una universidad sumida en una ritualidad esclerótica, ajena a la realidad moderna y con el gobierno anacrónico del general De Gaulle. Desórdenes los primeros días, entrada de la policía en la Sorbona y huelga general. Los obreros se unen a los estudiantes, toma de fábricas, que concluyen con los acuerdos de Grenelle entre patrones y sindicatos. La izquierda socialista y comunista intenta hacerse del poder que no había ganado en la calle. El 30 de mayo el presidente habla ante una gigantesca manifestación en su favor. En las elecciones a mediados de junio, una masiva participación da al gobierno mayoría absoluta. Durante todo el proceso hubo dos muertos, ambos por razones fortuitas.

Esas semanas fueron unas “grandes vacaciones”. El sociólogo Raymond Aron describe: “La alegre aventura de los jóvenes que salen todas las noches a las ‘manif’ rejuvenece el corazón de los adultos mientras no descubran que su auto está inutilizado”. Y concluye que “el temor de una verdadera revolución arruina el placer del espectáculo”. Los patéticos esfuerzos de la izquierda para aprovecharse de la situación fueron rechazados por los estudiantes, a veces de manera violenta. Tampoco se aceptó a los intelectuales que pretendieron prohijar un movimiento que no los tomó en cuenta, como Jean Paul Sartre, quien a partir de entonces se convirtió, como De Gaulle, en pieza de museo.

Durante los años sesenta en todo el mundo, e incluso en algunos países comunistas, se produjeron revueltas estudiantiles. Las iglesias, los estados, el capitalismo, los partidos burgueses (incluyendo los comunistas), el establecimiento cultural, la familia tradicional eran sus blancos. Las movilizaciones seguían el ejemplo de los universitarios americanos, pues como lo observó Jean-Francois Revel, el verdadero epicentro de la transformación estuvo en Estados Unidos, no en París. Herbert Marcuse, desde California, influiría más que ningún otro pensador. En todas partes los protagonistas de los desórdenes fueron estudiantes de clase media o vástagos de privilegiados estratos profesionales. El apoyo obrero en Francia empezó tarde, terminó pronto y no tuvo equivalente en otros países.

Encontramos gérmenes del espíritu de la revolución de los 60 en el movimiento beat y en el existencialismo, en las “nuevas olas”. La influencia que tuvo la nueva música no puede subestimarse. Más adelante llegarán los extremos, la banda Baader-Meinhof y las Brigadas Rojas, pero también los aportes positivos de la ecología y al feminismo. Rebelión contra las estructuras caducas, pero también contra la hipoteca del desarrollo industrial y el consumismo. En mayo no hubo revolución. La democracia autoritaria y centralista de Quinta República francesa se consolidó para siempre después de las asonadas. La renuncia del general De Gaulle pocos meses después fue más bien resultado de su agotamiento vital, que lo llevaría en breve a la muerte.

Mayo del 68 encontró rápidamente padrastros, intelectuales que se proclamaron padres de la protesta, pero sobre todo tuvo miles de herederos que pretendieron ser depositarios del “espíritu del 68”. Esta veta de charlatanería se agotó en unos veinte años, después de millares de publicaciones. Análisis posteriores menos sesgados demuestran que muchas de las ideas de los revoltosos eran de corte totalitario y sus posiciones intolerantes, de hecho, la evolución de algunos los llevó a posiciones hoy inaceptables. Sus consignas, “sed realistas, exigid lo imposible”, “prohibido prohibir”, se han convertido en manidos clichés. Hasta el más conocido dirigente de esos días críticos, Daniel Cohn-Bendit, el famoso Danny el Rojo, sugiere “olvidar el 68”. (O)